lunes, 4 de octubre de 2010

Cuando a Jesús le robaron su día

Capitulo IV

La Pacificación

En Julio Perón hace un llamado a la pacificación. Quiere exhibir nobleza y magnaminidad. No capta la agresividad y la firmeza del adversario. No percibe la intensidad del odio que le profesan. No mide el absolutismo de la oposición económica, ni la realidad de su deterioro personal. El conflicto religioso y sus excesos de lenguaje le han creado un complejo de culpa. Y quiere apaciguar. Quiere conciliar. Quiere aplacar a un adversario que esta animado de una decisión irrevocable. Perón es superado y entra dócilmente en el juego del enemigo que es al mismo tiempo el autor de la guerra y de la “pacificación”.

Su psicología ha sido muy bien estudiada. Narciso no tiene cualidades de tirano. No tiene la dureza, la impiedad de un Lenin o Stalin. No tiene la mística de un Hitler o un Fidel Castro, ni el temple de un Rosas, ni la guapeza bravía de un Quiroga. Noe es capaz de sacrificar las vidas humanas por una idea, como los revolucionarios franceses, ni a un destino personal como Napoleón. Ni es capaz de sacrificarse a si mismo luchando o con un suicidio arrogante como el de Getulio Vargas. Ni siquiera tiene la petulancia de Arturo Frondizi.

No, Perón, sensual, hedónico, se moverá al estimulo del perfume de incienso de la adulación; cuando eso le falte, cuando todo se vuelva dramático y adusto se sentirá desfallecer.

Perón estaba asustado, impresionado por el bombardeo y por el hecho de que el adversario lo llevara a un planteo bélico. Y su llamado a la pacificación era u signo de debilidad, no por insuficiencia d razones ni por falta de medios de defensa, no. Le sobraban razones y fuerzas militares; era una debilidad psicológica y espiritual la suya, era la debilidad de un hombre que no puede ajustarse a las circunstancias y que no puede pensar ni actuar en términos de dramaticidad. Perón escapa a la invitación al drama. Hemos dicho en “Mártires y Verdugos” que vive mentalmente en un mundo de juguete y se siente el Peppone que debe enfrentar a Don Camilo, severo pero bondadoso. Perón no destruyo a la oligarquía porque no era hombre capaz de destruir. La atacó, pero psicológicamente la necesitaba. Como Cesar necesitaba a Pompeyo, como Don Quijote de los molinos de viento. La necesita como dialogante para la representación de su papel. Pero a su dialogante le han dado de pronto arrebatos demoníacos, y ha cubierto Plaza Mayo de cadáveres. Anteriormente había cubierto el país de calumnias, de falsedades, de leyendas. Pero eso a Perón no lo conmovía; hasta le parecía una fase natural del juego que ambos, Perón y oligarquía, desarrollaban. Las calumnias y difamaciones de la oligarquía eran la contrafigura, la replica relativamente lógica de la predica y las realizaciones de Perón y de su lenguaje combativo e incitante. A mayor reforma social mayor dosis de calumnias, para repudiarlas, desfigurarlas o negarlas. A mayores incitaciones antioligarquicas, mayores incitaciones antitiranicas. Así era el juego. Perón suponía que siempre seria así, que nunca desbordaría esa fase. Y ahora de pronto el adversario rompe las reglas, pone en escena a la muerte y lo enfrenta con la realidad de los cadáveres y del fuego mortal. Plaza de Mayo poblada de cadáveres es la contrafigura siniestra de Plaza de Mayo poblada de voces y gritos entusiastas. Le han matado a la multitud, le han silenciado el coro. Por donde subía el incienso alentador, vivificante de la adulación, sube ahora el olor a carne putrefacta. A un Perón lleno de vida le han mostrado el cementerio.



Para colmo el adversario, ese mismo adversario que ha quemado viva a la multitud en la plaza, ese adversario que un año después demostrara hasta que punto es capaz de sembrar la muerte alevosa y organizada, le hace la burla inmensa de llamarlo “tirano sangriento”. ¡A él, que es capaz de ponerle su nombre a todas las calles del mundo pero es incapaz de dirigir una matanza, de firmar una muerte!

Ese adversario que ejercerá la tiranía en nombre de la libertad, ensangrienta al país llamándolo sangriento. Le transfiere su criminalidad. Perón no podrá en ningún momento superar esta inteligencia del adversario. Su falta de mística y su abrumadora vanidad lo limitan, le impiden que sus insuficiencias sean cubiertas por otros. Eliminada la imagen del 17 de octubre, destruida la multitud como factor político, Perón esta perdido. El adversario demostrara una amplia superioridad, un dominio absoluto del campo de juego. Impresionado e intimidado, ofrece entonces la “pacificación”, actitud equivoca y estéril que es el comienzo de su capitulación. La “pacificación” será el caldo de cultivo de la victoria oligárquica; la victoria que no obtendrán en la guerra la obtendrán con la “pacificación”. (Similar al destino argentino de ganar las guerras y perder las paces).

¿Qué es la pacificación?… Este concepto tiene históricamente un significado cínico y policial, que es el que se registra con mas frecuencia, que consiste en destruir a los agitadores, no la causa de la agitación, mediante el terror, el castigo, o la eliminación lisa y llana. Durante la guerra de la independencia España mandaba expediciones a “pacificar” las colonias. Inglaterra “pacificaba” a la India con bombas, balas y arrestos en masa. Mitre organizaba expediciones militares para “pacificar” el interior. Y ya sabemos que significaba “pacificar a los indios”.

Y hay también un segundo significado de pacificación, moral, difícil y escaso que consiste en eliminar las causas de la contienda y no a los contendientes, acercarse psicológicamente al adversario, eliminar factores irritativos, renunciar en parte a los propios objetivos para acercarse a los del adversario. En fin, contemporizar con miras a comprender, y a unir.

La pacificación a la que se refería Perón era indudablemente esta. ¿Y qué ofrecía como prenda de paz? La cesación del estado revolucionario, la normalidad administrativa, la vigencia estricta y leal de la Constitución. Implícitamente reconocía Perón que el país no había vivido en un régimen de normalidad institucional estricta y prometía instaurarlo. Pero eso significaba la consolidación y estabilización del peronismo y contra esa posibilidad se alzaba el adversario. El antiperonismo no podía aceptarlo, su propósito era destruir al peronismo y eventualmente ejecutar su propio plan de “pacificación”, el de la pacificación policíaca. Por ahora solo le interesaba la “pacificación” como elemento de desarme espiritual del peronismo, luego la querrá para su propia consolidación.



A un enemigo que inicia la guerra ofrecerle la paz es concederle la mitad de la victoria. La “pacificación” anulaba la posibilidad de lucha, acentuaba el desarme espiritual frente a un enemigo aguerrido, exageraba el peligro de una guerra civil y daba sensación de culpabilidad.

¿Podía ser esta la respuesta al bombardeo?…

Perón y el peronismo habían sido muy bien estudiados por la oligarquía y su ofensiva parte de dos descubrimientos: la incapacidad de Perón para encarar otra política que no fuera la política de masas, y su ausencia de mística. Si el objetivo del bombardeo había sido el desarme espiritual de los obreros, Perón secundaba el propósito con la oferta de paz.

Acaso el desarrollo del conflicto religioso, con su lenguaje torpe y ofensivo, la picardía de la bandera quemada, la certeza de tener colaboradores venales y corruptos le habían creado un complejo de culpa que presionaba subconscientemente para promover actitudes conciliatorias.

El antiperosnismo había abierto las hostilidades, había iniciado la operación derrocamiento y no la iba a suspender por ofertas de coexistencia ya rechazadas anteriormente. Antes cada oferta de paz le parecerá un síntoma de debilidad y le alentara a seguir la lucha hasta la victoria final.

A la oferta de paz los dirigentes antiperonistas contestaran con un recitado de exigencias, sin ofrecer de su parte absolutamente nada. Los más honestos no creen en la posibilidad de una solución conciliatoria y los que conspiran se dedican a asesinar policías, para mantener el clima también.

Mientras esto sucede en la cúspide ¿qué pasa en la base?… El país esta fatigado de tantos años de tensión, y desea la paz, la paz a toda costa. La desean peronistas y antiperonistas. Y como la imagen de insensibilidad se ha transferido de Perón a sus adversarios, piensan, a veces razonadamente, y otras inconscientemente, que la solución esta en la caída de Perón. No existe la conciencia mayoritaria del enfrentamiento ideológico y económico-social. No se enfrentan dos sistemas, dos concepciones, dos mundos. No se ve el intento retornista del régimen sepultado (pero no muerto) por la revolución del 17 de octubre. No se ve el incuestionable fondo de revancha social, de lucha de clases, que domina la situación, ni los peligros de derrumbe nacional que hay en el buscado derrumbe del peronismo.

Todo gira aparentemente en torno a Perón. Es una lucha entre el “que grande sos” y el “que tirano sos”. Para muchos el peronismo solo consiste ene. Culto a Perón, las coimas, los negociados, el despotismo, y eso es lo que piensan que “caerá”. Piensan que es la lucha entre la marcha peronista y la marcha de la libertad. Hasta los comunistas se alinean asi, en una postura netamente antimarxista y chapucera. Pero Marx no ha existido en vano. Y cualquiera sea la posición frente al marxismo, hay que convenir de que sin Marx es hoy absolutamente imposible entender la historia. Aunque es frecuentemente que los marxistas, por abuso de doctrina, lo obscurezcan todo al ignorar el alma humana y los factores espirituales. Una minoría ve con claridad y se muerde impotencia. Hay en la situación elementos de fatalidad que la hacen dramática. A esa altura ni peronismo ni antiperonismo pueden modificarse. Y la revolución contra el peronismo triunfara por no poder realizarse la revolución dentro del peronismo.

El país ansiaba la paz, la serenidad. La oligarquía tiene la gran habilidad de perturbar para aumentar esa ansia de paz, de crear tensión, para luego presentar la tensión como causa de la insurrección. Y no tendrá sobre Perón un triunfo militar. No ganara la guerra. Ganara la “pacificación”. Volverá al poder escondida dentro del caballo de Troya de la “pacificación”. En ningún campo puede ganar una guerra abierta, ni en el militar, ni en el electoral, ni en el ideológico. Puede sí ganar en el campo de la tramoya, del embrollo, de la acción psicológica. Y gana.

El país ansiaba la paz, la serenidad. La oligarquía perturba, agita, para aumentar esa ansiedad. Crea la tensión para luego presentar la caída como una necesidad para la distensión y la normalidad. Una de las causas que invocara para la arremetida final del 16 de septiembre será la de “pacificar” el país.

Sobre la base de la incapacidad de Perón para despersonalizar al peronismo y hallar nuevas técnicas, nuevos métodos de acción política; sobre la convicción de que la modalidad peronista ha perdido eficacia, y sobre la base de la ausencia de crueldad en el carácter de Perón y su falta de beligerancia, la oligarquía prepara sabiamente las condiciones de su batalla final. La natural propensión a la paz y la tranquilidad del pueblo será estimulada con un clima de tensión y de violencia para crear la necesidad de la pacificación, para hacer aparecer a Perón como causa de su estado de tensión y por consiguiente su eliminación como el único remedio, la única solución para volver a la normalidad. Perón al ofrecer la paz entraba en ese juego. El terreno de la pacificación era el de su derrota, era el de su propio desarme espiritual frente a un adversario cada vez mas aguerrido.

El ansia de paz es el sentimiento dominante en la población, lo mismo que cierta convicción sobre la práctica de un despotismo vano y la idea de la corrupción administrativa.

Perón esta desarmado porque se ha extinguido el efecto psicológico del 17 de octubre y el culto a su persona no puede recrearlo. Por eso el peronismo se vuelve anacrónico, aburrido, ineficaz. Aburrida la propaganda, aburrida la amenaza de la fuerza popular, aburrida la apología. El peronismo, como ideología reformista, no como sistema social, no como régimen económico, el peronismo político psicológico ha envejecido. Ha envejecido su frágil estructura espiritual. Ha envejecido la “picardía” de Perón y su vanidad, su egolatría, a la cual desgraciadamente esta atado el régimen. Ha envejecido la política de masas como política exclusiva, la cual puede darse únicamente acompañada del terror. Otros ególatras duraron veinte o treinta años en el poder, pero eran tiranos. Perón no lo era, y porque no lo era pudieron voltearlo a los nueve años. A Hitler le iban a bombardear Berlín sus propios aviones. Y de haberse dado el absurdo de que sucediera, los hubiera fusilado a todos y no hubiera sobrevivido un Zavala Ortiz para darse corte.

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