lunes, 4 de octubre de 2010

Cuando a Jesús le robaron su día

Capítulo III

Peronismo

Saltar por sobre un problema no es lo mismo que resolverlo. El resuelto desaparece, el saltado, vuelve. El peronismo había “saltado” varios problemas fundamentales, los problemas volvieron para ponerlo en crisis. Uno de ellos era el de la organización política, la formación de una nueva clase dirigente y la creación de un mecanismo propio de renovación sin el cual ningún régimen puede perdurar. En la hora critica del 55 el mecanismo de renovación habría salvado al régimen, pero no existía. Perón no lo creo favoreciendo así a la oligarquía, a una oligarquía subsistente, a quien le resultaba mas fácil combatir a un hombre que a un conjunto o a un sistema con dirección renovable y no personalizada. Dice Ernesto Palacio que uno de los signos de que una revolución no se ha consumado es la perduración de la tensión y el desorden. Después de 10 años de gobierno peronista no solo subsistían la tensión y el desorden sino que la situación política permanecía inmóvil, petrificada a la altura de 1945. Mientras en el orden económico-social el país se había reformado, en el campo político seguía el esquema Perón-Unión Democrática (la unión democrática de hecho existió siempre en torno al partido Radical) La oligarquía estaba viva; no había sido ni destruida ni bautizada, y con sus poderosos recursos mas los de sus aliados extranjeros alimentaba el antiperonismo político. Esto hacia que el gobierno viviera en una roca movediza.

La subsistencia de la oligarquía señalaba una falla imperdonable en la política económico-social, y la presencia del antiperonismo daba la pauta de un fracaso. Al respecto debemos prevenir sobre juicios superficiales. La destrucción de la oligarquía no implicaba, necesariamente, la liquidación de la propiedad privada, ni la destrucción del antiperonismo la supresión de los partidos políticos. Debía liquidarse a esa oligarquía, a ese grupo social especifico, al margen del criterio revolucionario en materia de reformas. Así también debía destruirse a la oposición que había combatido el nacimiento del peronismo, a la que era fundamental y doctrinariamente antiperonista.

En Francia, durante la restauración, había quien proponía reemplazar a los borbones por una nueva dinastía que no tuviera rencor hacia la revolución republicana ni venganzas que ejecutar, una nueva monarquía que no considerase la Constitución como una concesión hecha al pueblo sino como el origen de su poder.

Una revolución necesita de un dogma inicial, fundacional. Si se quería llegar al partido único, debió haberse actuado en ese sentido; y si se quería mantener la pluralidad de partidos, deben de ser partidos que aceptaran el hecho consumado de la revolución peronista. La proscripción del peronismo, a partir de 1955, tiene ese significado. El régimen da libertad por vía de acatamiento al régimen, o sea previa profesión de fe democrática tal como entiende la democracia el liberalismo económico.

La picardía no sustituye a la sabiduría política. Así como había planes quinquenales en economía, debió haberlos en política. Es que en economía Perón podía avanzar, en política lo trababa su narcisismo.

El repertorio peronista esta gastado. Durante 10 años ha dicho los mismos temas, ha señalado los mismo enemigos. Decirle al pueblo en 1955 que el enemigo es la oligarquía, el mismo enemigo de 1945 es desalentarlo y confesar un fracaso.



Así como el general elige el lugar conveniente para librar la batalla, la oligarquía había elegido “la hora” conveniente. Diez años de tensión, de tensión estéril habían fatigado al peronismo, al país,… y a Perón. Después del bombardeo el anhelo de era la paz. Y en un ambiente dominado por esa ansiedad de paz llegaba la hora de la definición revolucionaria.

La hora ha sido elegida con sabiduría. Perón esta a punto de resolver los grandes problemas del país: autoabastecimiento de combustible y puesta en marcha de la siderurgia, con lo cual se podría mantener y aun acrecentar el nivel de vida y disminuir la dependencia nacional de los factores externos. Pero al mismo tiempo el peronismo esta gastado en sus hombres, en sus métodos, en sus temas. Por eso la oligarquía actúa con sutil duplicidad: por un lado agita, caldea, excita; por otro reclama la pacificación.

Se ha dicho alguna vez de Inglaterra que pierde todas las batallas menos la ultima. Los intereses afectados por la revolución peronista, -a los cuales estaba asociada Inglaterra- habían perdido todas las batallas parciales, pero preparaban la batalla final.

El mandar y disfrutar solo del poder y la gloria tiene un precio: estar solo en los momentos críticos y cargar solo con toda la responsabilidad. Perón estaba solo en esta encrucijada, y ese era el precio fatal de su liderazgo absoluto. El partido peronista no desarrollaba otra actividad que el culto a Perón. No existía como organización política, ni como escuela de dirigentes, ni como centro de irradiación ideológica. Alabar a Perón y cubrir con esa alabanza la lucha de posiciones, era la única actividad partidaria. Es cierto que los partidos políticos adversarios no exhibían mayores calidades pero ellos no hacían una revolución ni debían sostenerla, el peronismo si.

La C.G.T. estaba burocratizada, y por el mismo motivo, el de estar dedicada al culto, carecía de vida, de autentica vida como organismo, y sus aptitudes como instrumento de lucha estaban por eso muy disminuidas. En igual situación se hallaban los bloques legislativos. Es decir que el peronismo se hallaba siempre, a pesar de los años, como si se iniciara. Y sus organizaciones de sustento, partido, C.G.T., legislatura, estaban incapacitadas para buscar y encontrar la solución a la encrucijada. Perón y únicamente Perón debía enfrentar el problema.

Es lógico que cuando un solo hombre debe resolver un problema publico de magnitud, la preservación de interés general esta expuesta a las reacciones emocionales del hombre, a su estado psíquico, a su salud. El adversario sabía que Perón era incapaz de crueldad y de presidir una lucha armada; era lo que ellos llamaban “su cobardía”. Sabían también que toda la lucha armada aparecería a los ojos de la opinión pública como una cuestión personal. Y es dura arriesgar la vida de un hombre, por mas amado y símbolo que sea.

El destino del país estaba pues en manos de Perón, y Perón no estaba convencido de que se jugara el destino del país; creía en la irreversibilidad del proceso histórico, sin advertir que la historia se mide por siglos y no por decenios; los siglos no pueden repetirse ni anularse, los decenios, si.

El bombardeo lo conmovió profundamente; sus adversarios difundieron “que se asusto”, con la intención de disminuirlo. Acaso políticamente sea el asustarse signo de debilidad o insuficiencia, pero moralmente es mas honroso el “susto” de Perón que la guapeza del que realizo el bombardeo.

La respuesta adecuada y positiva a la incitación del 16 de junio estaba condicionada por dos hechos: el crecimiento del antiperonismo, que había llegado a abarcar la mitad del país, y la falta de solidez y de organicidad de las estructuras políticas del régimen, la falta de un mecanismo de renovación y la dificultad para sobreponer la acción doctrinaria al culto personal.

Perón se creyó en la alternativa de profundizar la revolución, terminarla, o consolidarla en el nivel alcanzado. Quizás a esa altura era imposible consolidar la revolución sin profundizarla.

Para el primer caso era necesario reprimir la oposición en todos los frentes: militar, político, económico, ideológico y espiritual; implantar la dictadura, armar a los obreros y proceder a la expropiación de la propiedad oligárquica.

Es tan difícil hacer una revolución como defenderla y la consolidación requería tanta energía como la continuación revolucionaria. En el caso de optar por la segunda solución era indispensable una acción firme y rápida para institucionalizar el peronismo y hacer un cambio de guardia, reemplazando a los hombres gastados por hombres nuevos, con lo que se le quitaría al adversario el recurso superexplotado de la crítica personal. Perón intuyo mucho de esto y la renovación de sus ministros y autoridades partidarias estuvo inspirada en este pensamiento. Pero no seria su propia quemadura.



Si, Perón estaba quemado y no tiene importancia que mantuviera su popularidad entre los obreros. Estaba quemado como elemento útil a la causa nacional. Estaba quemado porque la contrapartida del culto a su persona era el culto del odio a él, que practicaban sus enemigos. La contrapartida del monopolio de la gloria estaba en el monopolio de la responsabilidad y de los ataques personales. En 1955 el culto a Perón solo beneficiaba a la oligarquía.

Pero el líder no tiene sustituto. Nunca lo ha tenido; no hay un solo caso histórico de líder de repuesto, de vice líder que en determinado momento lo sustituya. Este es el problema importante e insoluble del liderazgo absoluto.

Esta observación del desgaste de Perón es la constatación de un hecho, no la premisa de una solución. Perón no podía renunciar (Yrigoyen delego el mando en el vicepresidente y son eso no paro el golpe). Primero porque no tenia sustituto, segundo porque su renuncia no habría evitado el derrumbe del peronismo.

La ofensiva no se detendría con la cabeza de Perón. Anulado Perón el adversario querría también anular al régimen de Perón (como que ese era su fin) y le vendría mas fácil. Cualquier sustituto realmente peronista de Perón provocaría la continuación de la guerra. Perón estaba irremediablemente atado a su puesto. El líder muere o cae, pero no renuncia. El destino del país estaba en sus manos pero nadie puede predecir si su resolución, aunque fuera la mas adecuada, hubiera modificado o no, el curso de la historia. Renunciamos a profetizar el pasado y a la pedantería de pretender saber exactamente que debió hacer y cual habría sido el resultado. Eso si, nos parece evidente que la posibilidad peronista, sin aventurar su resultado, consistía en retomar la iniciativa, en lanzarse a una vigorosa ofensiva en todos los frentes. Había que conocer la realidad e idear el antídoto, para cada aspecto de la acción adversaria. Nos parece también que las bases debían ser estas:

Renovación total de los equipos administrativos y de conducción estatal y partidaria.

Jerarquizar a un grupo de hombres insinuándolos como posibles sucesores. Dar la sensación de poder compartido e institucionalizado.

Despersonalización de la propaganda, poniendo el acento en la obra realizada y en la ideología.

Reconocimiento de los errores cometidos, de los verdaderos errores, individualizar y castigar a los funcionarios deshonestos.

Una acción espectacular en este orden habría sido su ofensiva de propaganda inteligente, exponiendo la obra peronista, y desenmascarando las intenciones adversarias, describiendo las consecuencias de una posible caída del régimen.

Darle vida a los organismos partidarios promoviendo el debate y la critica interna. Libertad de prensa y al mismo tiempo enérgica represión de la conspiración.

Fusilamiento de los principales responsables del bombardeo aéreo, pero ineludiblemente en el marco de una acción total, no como medida única ni aislada. De lo contrario habrían sido contraproducentes y habrían fortalecido la imagen de la pregonada “tiranía”.



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