martes, 24 de julio de 2012

Eva sin cementerios Llanto por Eva En las calles de barro y sueño, En los arrabales de las villas, con gatos despanzurrados y basura, quemándose a la vera de los barrios de emergencia. Risa por Eva en las avenidas de nácar y de perlas con porteros de cartas en las puertas, con ejecutivos de cartón tras los cristales, quemándose mas allá de los barrios de emergencia. Pasión por Eva sobre los bustos enchastrados con la brea, caliente como la sangre de las masas, en el ocaso de su experiencia nueva. Los otros han venido a sacarla de su féretro, de su caja encerrada, de su cementerio de borlas y de fiesta. Los otros se la llevan por el aire, por las calles, por las plazas, por los ríos y después la dejan en las puertas de los hospitales de los sindicatos de las villas de emergencia. En un cementerio forrado de canciones en una tumba orlada de gorriones en un camposanto salpicado de pibes Eva duerme sin lápida sin nicho sin mármol y sin muerte. Eva con obreros Eva con niños y con jóvenes Eva con revolución Eva con amor Eva sin cementerio (Nadie busque a Eva en los cementerios, allí solamente entierran a los muertos) Juan Carlos De Stefano

martes, 15 de mayo de 2012

EL MODELO “ESTENSSORO” Y LOS TECNÓCRATAS DE HARVARD Acabo de leer en “TIEMPO ARGENTIN0”, de hoy 5 de Mayo de 2012, un reportaje de Roberto Caballero, al Ingeniero Marcelo Bomrad, ex gerente de Marketing de YPF. Allí esta persona muy solicitada últimamente, por los medios gráficos, radiales y televisivos, dice –entre otras cosas- que hay que volver al modelo de la YPF de José Estenssoro, quien fuera interventor de la empresa en la gestión Menemista, con Domingo Cavallo como superministro. Por ese entonces y al amparo de las leyes 23696/97 de “Reforma del Estado”, se sancionaron varias normas, entre ellas el decreto 1212/89, que en su art. 1ro decía :Desregulación. Fíjase como objetivo la desregulación del Sector Hidrocarburos, para la cual se establecen reglas que privilegian los mecanismos del mercado para la fijación de precios, asignación de cantidades, valores de transferencia y/o bonificaciones en las distintas etapas de la actividad, y que en su art. 4to. fija un régimen de libre disponibilidad para los hidrocarburos. Luego vino la Ley 24145 Federalización de Hidrocarburos. Transformación Empresaria y Privatización del Capital de YPF Sociedad Anónima. Privatización de Activos y Acciones de YPF S.A. trasfería el dominio público de los yacimientos de hidrocarburos del Estado Nacional a las provincias productoras.. Aquí comienza el periodo que algunos denominamos Tupacamarización de YFP. Esta gran empresa se transforma de Sociedad del Estado, a Sociedad Anónima, –Decreto 2778 31/12/1990- con el aval de las provincias productoras de petróleo que fueron beneficiadas de este proceso que coloca la frutilla del postre, a posteriori, con la modificación de la constitución nacional a la sombra del “Pacto de Olivos” que otorga definitivamente la facultad de disponer de los recursos naturales a la provincia originalmente poseedora. Art. 124. Toda esta “transformación” de YPF, no fue para hacer de ella una empresa mas ágil y eficiente, sino para permitir la etapa final del saqueo, que al amparo de gobiernos antinacionales, ya venían produciendo las multinacionales del petróleo, fundamentalmente desde el advenimiento de la última dictadura cívico-militar. José Estenssoro llegó a ese sitio con la anuencia de las grandes multinacionales del petróleo para llevar a cabo una política antinacional, Dice Raúl Dellatore en “PAGINA 12” del 4 de mayo: “en esa misma fecha, YPF dejó de ser sociedad del Estado para convertirse en Sociedad Anónima, que fue la forma en la que se la “empezó a vestir” para la privatización. Su interventor era entonces José Estenssoro. Con su nuevo “status”, la petrolera creada en 1922 por Hipólito Yrigoyen empezó a firmar contratos de asociación con firmas privadas que pasaban a ser operadores y beneficiarios de la “libre disponibilidad” del petróleo que extrajeran. Pérez Companc fue, en esa primera etapa, una de las mayores beneficiarias, pero el reparto no dejó a nadie afuera.”. Tampoco a Estenssoro quien fue presidente de SOL Petróleo y fundó –por ese entonces- su propia empresa petrolera privada, denominada EPP S.A. (Estenssoro PePe). Transitamos una gran etapa de recuperación nacional, con un gobierno, que ha tomado la decisión histórica de recuperar el control de nuestra gran empresa hidrocarburífera, (y que ha hecho autrocrítica, bueno es decirlo, de los errores del pasado en esta materia). La renacionalización del control de YPF, se inscribe entre las grandes medidas encaradas desde la asunción del Presidente Néstor Kirchner, en Mayo de 2003. Esperemos que su amplia aprobación popular y de ambas cámaras legislativas, sean el comienzo de una etapa nueva, en la que los partidos políticos con vocación popular, acompañen, sin mezquindades, las grandes políticas de estado que necesitamos, para torcerle el brazo a los monopolios. La actual YPF, debe ser el motor de una política energética que guíe el fenomenal proceso de reindustrialización argentino. Nunca mas, y creo que así lo entiende nuestra presidenta, los tecnócratas deben ocupar el lugar de la política en la toma de decisiones de interés nacional. El desafío de construir una YPF moderna y eficiente, debe estar subordinado a una conducción estratégica de política de Estado al servicio del desarrollo nacional. Fabián CABANELLAS – Ex dirigente del SUPE Ensenada- militante peronista en la Agrupación Juan José VALLE. http://www.fundacionkonex.org/b2232-jose_a_estenssoro

viernes, 20 de abril de 2012

FIN DE CICLO Este 16 de Abril, quedará, sin lugar a dudas, como el día de la dignidad nacional por la recuperación de nuestra riqueza y soberanía hidrocarburifera. Las medidas tomadas por nuestra presidenta cerrarán una de las páginas mas oscuras de nuestra historia reciente de entrega de la soberanía nacional. Y.P.F. la primer empresa estatal de petróleo de America y una de las pioneras en llevar adelante la explotación de los recursos energéticos, con una estrategia de desarrollo autónomo y de autoabastecimiento, fue determinante en la etapa de crecimiento industrial argentino de mediados del siglo pasado, al tiempo que su expansión fue fundamental para la formación de pueblos y ciudades en los lugares mas recónditos de nuestra geografía. Esos sitios (Plaza Hiuncul, Cutralcó, General Mosconi, Ensenada, Comodoro Rivadavia, Lujan de Cuyo, etc) fueron los mismos que sufrieron mas que nadie cuando fue extranjerizada, con las consecuencias que todos conocemos. Hogares destrozados, trabajadores convertidos en cuentapropistas, que a la postre irían a integrar el ejercito de desocupados, que significó, no sólo esta, sino el resto de las privatizaciones. Lamentablemente, la lucha contra la entrega de Y.P.F. no tuvo muchos adherentes de la sociedad y poco a poco se fue cumpliendo lo que augurabamos con esta enajenación del patrimonio. Hoy tenemos una empresa que ha sido vaciada por la voracidad del capitalismo extractivista de REPSOL. Pasamos de ser un País petrolero con amplio margen de autoabastecimiento a tener que importar combustible, como bien lo señaló hoy Cristina en el mensaje a la Nación. Sólo en 2011 importamos por la friolera de 9.500 millones de dólares, casi lo que el país obtuvo de superávit de la balanza comercial (10.400 millones). Argentina y su modelo Nacional, popular y democrático, de inclusión y avance industrial, no podía seguir permitiéndose que REPSOL continúe con su política de saqueo, porque ello significaba un grave problema para la profundización de este modelo virtuoso que de proseguir en estos índices de crecimiento, necesitará de modo imprescindible ejercer pleno dominio sobre el manejo de la energía desde un punto de vista estratégico nacional. Por último quiero hacer un humilde homenaje a todos los compañeros, que en la más absoluta soledad, pelearon de manera desigual contra el despojo que significó la entrega de Y.P.F. A los primeros piqueteros de Plaza Huincul, a los compañeros de Salta, Mendoza y a todos los Ensenadenses que fueron solidarios con esta pelea. Hoy todos ellos podremos decir, nuestra lucha no fue en vano. ¡¡¡Viva Y.P.F. de los argentinos, Viva la soberanía nacional.!!! Fabián Cabanellas – militante peronista, integrante de la Agrup.Peronista de Ensenada Juan José VALLE- Ex dirigente de SUPE Ensenada.

martes, 3 de abril de 2012

El último capítulo de este excelente texto ha sido publicado en el número 11 de la revista “Política”, dedicado especialmente a Malvinas] *
Malvinas en la cuestión nacional /Por Enrique Lacolla/ /30 años después de la guerra austral, vale hacer un análisis de sus elementos constituyentes y determinantes./ El año de la guerra de Malvinas se dio en un contexto global muy peculiar. Estados Unidos hacía una década que había salido del pantano de Vietnam y buscaba algún tipo de terapia para superar ese trauma. Bajo la égida de Ronald Reagan, estaba lanzando un ambicioso programa de reajuste económico (que pronto sería denominado neoliberalismo), rearme militar y presión sobre su contrincante global, la Unión Soviética. El medio oriente era, como de costumbre, un polvorín debido a la ocupación israelí de Cisjordania y a la ambición de Tel Aviv, nunca desmentida por los hechos, de crear un Gran Israel que absorbiese esos territorios. La URSS estaba en decadencia: su economía estaba estancada y para colmo había decidido aceptar el desafío armamentista norteamericano y había expandido su arsenal nuclear, aunque su inferioridad en los campos decisivos del combate moderno convencional –la aptitud de generar software y tecnología de avanzada- era conocida por amigos y enemigos. Al mismo tiempo estaba empantanada en su batalla contra los /muhaidines/ en Afganistán, fabricándose su propia guerra de Vietnam a menor escala. La tensión de este esfuerzo no tardaría muchos años en precipitar la implosión soviética y de abrir un nuevo capítulo en la historia contemporánea. En Gran Bretaña una política conservadora, Margaret Thatcher, se había propuesto como la mensajera de la buena nueva neoliberal, y había iniciado un programa de privatizaciones y ajuste neoliberal (o neoconservador) de la economía, programa profundamente impopular, pero que la configuraba como el referente trasatlántico de la Escuela de Chicago y la mejor aliada de los tecnócratas del Departamento del Tesoro de Estados Unidos. En América latina esta línea de acción económica se había desarrollado antes. A contracorriente de la ola revolucionaria que había recorrido el continente después de la revolución cubana, se engarzó un proceso reaccionario que, en muchos lugares, alcanzó una violencia sin paralelo. Los grupos de la izquierda radical y de la ultraizquierda se dejaron llevar por el espejismo de la “teoría del foco” y pretendieron instalar –a la escala de los Andes- la experiencia de la Sierra Maestra. Vocingleros, populares entre el estudiantado, pero aislados de las masas profundas e incapaces de comprender la complejidad situaciones sociales muy diversas entre sí y por cierto disímiles respecto a la de Cuba, fueron exterminados por fuerzas armadas orientadas por Estados Unidos, que de ningún modo iba a repetir el error cubano. En algunos casos esas fuerzas armadas eran poco más que guardias pretorianas del dictador de turno, pero en otros representaban un factor de poder dotado de peso social y de cierto prestigio. Estas últimas, cuyos jefes eran cooptados por el /establishment/ oligárquico y tenían la anuencia del Pentágono, podían contar con elementos nacionalistas disidentes en seno, elementos que, en el caso de una oleada popular arrolladora, como la que se gestaba a principios de los años 70, podrían haber emergido por encima de unos mandos que se erizaban de odio de clase ante las expresiones políticas de corte populista. La acción militar de los grupos guerrilleros se dirigió sin embargo contra esas fuerzas como a un todo, cosa que terminó fundiéndolas en un bloque rezumante de rencor y espíritu de venganza. Esta dialéctica estuvo en la base de la “política de shock” que aplicó el imperialismo contra nuestros países. En Argentina el proceso tuvo características especialmente repugnantes: la represión se ejerció de forma indiscriminada y recurriendo a prácticas aberrantes, mientras que, en la estela de la conmoción psicológica y la indefensión que generaban estos procederes, la economía comenzó a experimentar un proceso de desintegración caracterizado por la liberación de las importaciones, la especulación financiera, el achique del Estado y el anunciado retorno a un modelo de país agrario, exportador de /commodities/. Este proceso tendría su culminación una década más tarde, instaurada ya la democracia formal, durante las gestiones de Menem y De la Rúa. Ahora bien, la utilidad de los verdugos tiende a diluirse cuando ya han sacrificado a la víctima. Alboreando los ’80 parecía evidente que la dictadura militar argentina había vivido y que era hora de reemplazarla por gobiernos más respetables que continuasen las políticas económicas inauguradas por esta, pero en un terreno allanado y donde sería posible operar con expedientes menos repulsivos. Había que encontrar un recurso para sacarla de en medio. Esa expectativa imperial coincidía con el hartazgo de la ciudadanía argentina ante el carácter pedestre e impopular de las iniciativas de la Junta. Fue aquí donde los imponderables de la historia produjeron una de esas conjunciones explosivas que de pronto arrojan todo por el aire y abren perspectivas inimaginables hasta un momento antes. La tensión en torno al archipiélago Malvinas y a las islas del Atlántico Sur -reivindicados por nuestro país a partir del momento en que, en 1833, fuerzas inglesas arriaron el pabellón argentino que flotaba en las islas y desalojaron a la población criolla asentada allí-, había venido creciendo desde 1976, cuando por un lado se afirmó la tendencia a la globalización y al control por las potencias dominantes de las zonas de paso oceánico, y asimismo se hizo patente la posibilidad de la existencia de grandes reservas petrolíferas bajo el mar alrededor de las islas. La posibilidad de una escalada militar a propósito del problema venía siendo estudiada desde entonces, y no sólo por Argentina. En 1982 una serie de situaciones confusas en las Georgias llevaron a aumento de la tensión y al anuncio del envío de un submarino nuclear británico a la zona en disputa. La presencia de esa nave vedaba el acceso a la Armada argentina a las Malvinas, dada su potencia y velocidad. Era imperioso por lo tanto actuar antes de que llegase o resignarse a perder la baza que significaba una ocupación de las islas que suscitara la posibilidad de negociar la cuestión de la soberanía desde una posición más o menos equilibrada. El 2 de abril de 1982 las fuerzas argentinas desembarcaron en las islas. /La astucia de la razón/ “La astucia de la razón” de la que habla Hegel encontró una inmejorable ocasión para ejemplificarse en la guerra de Malvinas. La dictadura militar, rabiosamente anticomunista, se vio llevada por las circunstancias y por el peso de la tradición nacional que reivindicaba a una porción irredenta de nuestro territorio, a enfrentarse con una potencia de la OTAN que era a su vez la más próxima aliada de Estados Unidos. Hubo un enorme error de cálculo –no sabemos si inducido en forma deliberada por Estados Unidos o debido sólo a la infatuación de los gobernantes militares que se creían socios más que subordinados de la gran potencia imperial- que determinó a Galtieri a suponer que Washington fungiría como moderador del diferendo con Gran Bretaña a propósito de Malvinas. No comprendió que él mismo y sus colegas habían cumplido su parte y eran un obstáculo para la normalización institucional del país, que debía sacralizar con fuerza de ley la devastación económica que ellos habían instrumentado en beneficio del régimen imperial y del /establishment/ local. Pronto iban a salir de su engaño y a encontrarse también con /la gran sorpresa de que la reacción popular favorable a la reconquista de las islas excedía lo esperado y que ella y la intratable hostilidad de los británicos los empujaba en una dirección que jamás hubieran supuesto/. Margaret Thatcher, por su lado, asió al vuelo la oportunidad para fabricarse un perfil churchiliano y emerger así del pozo de impopularidad al que sus despiadadas prácticas económicas la habían arrojado. Hizo a un lado las posibilidades de arreglo y terminó dando la orden de torpedear al Belgrano (fuera de la zona de exclusión marítima que los mismos ingleses habían determinado), con lo cual no solo envió al fondo del mar al crucero argentino con 323 de sus tripulantes, sino también las gestiones diplomáticas del gobierno peruano, que ofrecían una ocasión para escapar del impasse diplomático. La narración de las hostilidades escapa al espacio de este artículo. Baste señalar que en ellas los efectivos argentinos –aéreos, navales y militares- dieron lo mejor de sí, pagando un elevadísimo precio para consagrar con su sangre el suelo que reivindicamos, y cobrándose, asimismo, un precio muy alto en naves y soldados del enemigo. Pese a la conducta incompetente, errática y renunciataria de los comandantes de la Junta, la guerra o al menos la batalla por Malvinas estuvo a punto de ser ganada. Numerosos comentarios provenientes de especialistas en Inglaterra y Estados Unidos así lo afirman. Paul Kennedy, el notable historiador estadounidense, llegó a decir que, sin el paraguas de la OTAN y el apoyo norteamericano en logística y en inteligencia, el resultado del conflicto podría haber sido muy diferente(1). De hecho, más de la mitad de las unidades navales que componían la /Task Force/ fueron hundidas o averiadas, y las posiciones en tierra fueron duramente disputadas. Enfrentados al horror de la guerra, los combatientes de Malvinas no fueron víctimas, como suele afirmar el progresismo al uso, sino patriotas determinados en el cumplimiento de su deber. Más allá de esto, importa describir los procesos a que dio lugar la guerra de Malvinas. La presión de los hechos desveló la realidad de forma brutal. Los exponentes del gobierno, que habían colaborado en la represión de los movimientos nacional-populares tachados de comunistas en Centroamérica, y se querían asociados a Estados Unidos, descubrieron de pronto que este los dejaba en la estacada y que sólo los países latinoamericanos (con la excepción de Chile, dominada por una dictadura militar similar a la nuestra y con contenciosos pendientes con nuestro país) les estaban al lado. La visita del canciller Nicanor Costa Méndez a Fidel Castro representó el súmmum de esta hegeliana “ironía de la historia” que de pronto revelaba cuál era el verdadero lugar que Argentina debía tener en el concierto mundial. El súbito planteo de una reivindicación nacional y popular había convertido a nuestro país en un paria para las naciones dominantes. Pronto se hizo evidente que en el seno del gobierno había figuras que se oponían al emprendimiento y que estaban dispuestas a sabotearlo. Era obvio que personajes como el ministro de Economía Roberto Alemann y los jefes militares de mayor rango, como Cristino Nicolaides, abominaban la ruptura consumada con la alianza atlántica. El proceso de desmalvinización comenzó durante el conflicto mismo y fue propiciado incluso por las figuras más representativas del gobierno. La marcha adversa de las operaciones y el operativo derrotista que tuvo lugar con la visita del Papa Juan Pablo II dieron pie para un golpe interno que acabó con el incómodo interludio significado por una guerra que iba en contra de todo lo que el proceso militar había representado. El primero y más doloroso acto de la desmalvinización fue el escamoteo de los soldados que volvían de las islas al abrazo del pueblo argentino, abrazo que los hubiera no sólo consolado sino que también les habría suministrado la certidumbre de que su sacrificio no había sido en vano. En vez de esto la Junta los escondió y licenció en cuanto se pudo, cosa que contribuyó a agravar la psicosis que suele arrastrar la experiencia en combate. El progresismo al estilo de *Página 12* no ha podido ni querido lidiar con la complejidad dialéctica del problema de Malvinas. Aunque la nieguen, la desmalvinización fue –y es todavía- un factor que cuenta mucho para ese núcleo intelectual, cada vez que intenta tomar entre sus dedos el problema quemante de la guerra de 1982. El /leit motiv/ de filmes como *Los chicos de la guerra* o *Iluminados por el fuego* fue la victimización de los combatientes, reducidos a meras marionetas en manos de una oficialidad embrutecida. La misma ecuación ha definido, a posteriori, la apreciación de Malvinas para gran parte del arco político y periodístico que se dice de izquierda. Esto es grave. La realidad es proteica, y el pensamiento abstracto que prescinde de la complejidad de las cosas prefiriendo aferrarse a certidumbres maniqueas -como el delirio insurreccional de los 70-, se ciega a la realidad y, en consecuencia, no encuentra los expedientes para abordarla con una mínima posibilidad de éxito. El papel de las fuerzas armadas y de las tendencias ideológicas que aparentan ser reaccionarias deben ser juzgadas, en las sociedades sometidas a un /diktat/ colonial o semicolonial, a partir de su conexión con los hechos. La actitud de las corrientes de pensamiento que reivindican la liberación nacional y social debe evaluar ante todo la naturaleza del enemigo principal y esforzarse en comprender la evolución que los /hechos objetivos/ pueden suscitar en grupos en apariencia inconciliables respecto de un proyecto popular. Malvinas gravita pesadamente todavía sobre la conciencia de los argentinos no sólo porque es un problema que afecta a nuestra soberanía y a la soberanía latinoamericana, sino también porque no aun no se termina de resolver el nudo inextricable que supone la alienación de vastas capas de público, dificultadas de mirar la realidad a través de un prisma que no sea el de la cultura artificial que se le ha inyectado a través de la academia y la historia oficial. La guerra de Malvinas es una herida abierta. Sólo cicatrizará cuando se la asuma en sus contradicciones y cuando las islas vuelvan al seno de la patria argentina e iberoamericana. /Consecuencias de Malvinas/ El país salió del conflicto austral muy golpeado. Los responsables de la conducción de las operaciones y el poder militar que había señoreado la sociedad argentina a lo largo de 27 años, no pudieron resistir la prueba. Fue lamentable sin embargo que, debido a turbia conciencia de estos y a la naturaleza timorata o abiertamente renunciataria de gran parte de la clase política, la nación no pudiera elaborar el duelo de la derrota y convertir, con coraje, ese fracaso en un nuevo punto de partida que asumiera lo que había de positivo en esa trágica peripecia. La guerra de Malvinas fue en contra de todo lo que la dictadura había representado, defendido y actuado. Esta contradicción es el tipo de paradoja ante la cual la /intelligentsia/ progresista de los países dependientes suele quedarse sin habla. O, mejor dicho, frente a la que se siente inducida a prorrumpir en aluviones verbales que no manifiestan otra cosa que su desconcierto. En la medida que gran parte de sus integrantes han sido educados en el seno de un mundo conformado por el imperialismo y por las clases que le están conectadas, suelen verse a sí mismos y a todo lo que los rodea a través de un espejo deformante. Su capacidad de observación se detiene en la superficie de las cosas; raramente en la compleja realidad que bulle debajo de estas. Son, en general, antimilitaristas, sin reparar que muchos de los procesos contemporáneos de liberación nacional han sido acaudillados por militares profesionales (Chávez, Nasser, Perón, Gadafi, Velasco Alvarado, Arbenz, Villarroel y Cárdenas, para no hablar de José de San Martín). Practican, como dijera Alfredo Terzaga, una “sociología de sastrería”: todo lo que porta uniforme les resulta abominable.(2) En el caso argentino esta animadversión venía justificada por las horribles experiencias del Proceso, por el golpe del 55, dado por el ala antinacional, de cuño mitrista, de las FF.AA.; por la represión del 56, por la devastación económica y por la chatura intelectual que había irradiado con demasiada frecuencia desde las cúpulas militares y se había cebado en el ámbito universitario. Pero la historia no se para en “minucias”; lamentablemente, el sufrimiento individual no cuenta demasiado en procesos largos y complejos, cuyos actores creen conducirlos, pero que a veces en buena medida son conducidos por ellos. El caso Malvinas fue ejemplar de esta dialéctica atormentada y confusa. Sintiéndose acosada por la ebullición popular y por la creciente presión británica en el Atlántico sur, la dictadura huyó hacia delante. No fue, como suele afirmarse, tan sólo una forma de evadir responsabilidades con una empresa nacional que le otorgase un período de sobrevida política, sino también la asunción de una causa nacional a la que encararon basándose en cálculos errados (el supuesto respaldo del gobierno norteamericano para llegar a una negociación sobre las islas). Esto empujó a la Junta mucho más allá de lo había previsto. Pero la razón de esta proyección hacia un compromiso que a la postre podía ser liberador, provino del pueblo argentino. Su apoyo masivo fue el factor determinante para fijar una política de resistencia a la fuerza expedicionaria británica. Ese mismo pueblo que la progresía juzga, muy suelta de cuerpo, como engañado y predispuesto a comulgar con ruedas de molino porque a la hora de la verdad colmó lo que algunos intelectuales han llegado a denominar “la plaza de la vergüenza”, del 2 de abril de 1982. /Nacionalismo popular y nacionalismo reaccionario/ Este sector de la /intelligentsia/ suele pronunciar su condena a esa manifestación popular genuina basándose en lo que presumen es el carácter engañoso y reaccionario del nacionalismo. Incapaces de discernir la diferencia que existe entre el nacionalismo de un país opresor y el de un país oprimido, o poco propensos a ello; connotados por el pensamiento de Marx -que fue el pensador más fecundo del siglo XIX y que ha dejado un instrumento esencial para la decodificación de la historia, pero que en cualquier caso fue un pensador eurocéntrico-, tienden a exasperar esa incomprensión debido a que ellos mismos son el producto híbrido de una deformación determinada por la balcanización y la colonización cultural. En realidad, como lo señalara Jorge Abelardo Ramos, para que /“esa doctrina marxista sea útil, hay que destruirla y reutilizarla en sus elementos vivientes para hacer reconocible a la realidad latinoamericana”/. (3) En el siglo XX y aun más en el siglo XXI la historia discurre en torno de la contradicción fundamental que se plantea entre países desarrollados y países que no lo son y se encuentran impedidos de serlo por la acción del imperialismo. Visualizar entonces el problema nacional como un elemento básico a considerar en la lucha social no es sino adoptar la única premisa salvadora para rescatar a las naciones sumergidas y con ellas al mundo, en la medida que ellas componen los tres cuartos de la población global. Este espíritu nacional no puede prescindir del concurso del pueblo, desde luego, pues este es el único contrafuerte que, por su carácter multitudinario, se interpone entre la presión imperial y la acción de los cuadros políticos que pueden ir dando forma a un proyecto liberador; ni tampoco puede prescindir de configurar este nacionalismo en un marco que supere la fragmentación a que se nos ha condenado en América latina para elevarse a la creación de un bloque regional que esté en condiciones de defenderse y negociar con el o los imperialismos que están pujando por el control de los recursos naturales y la hegemonía político-militar. La guerra de Malvinas supuso una inyección de realidad para la Argentina. De pronto se pusieron de relieve las cuestiones de fondo que debía afrontar y se desnudaron sus limitaciones para encararlas. La cuestión, de aquí en más, consiste en aprender de lo vivido y en prepararse para crecer en el ámbito de una conjunción iberoamericana que, inevitablemente, terminará absorbiendo –ojala que pacíficamente- dentro de sí misma el problema insular, a la vez que plantea una batalla por la soberanía que deberá darse en el escenario de un mundo donde Latinoamérica debe cobrar peso, so pena de ser sometida a una segunda balcanización. /Psicología de una guerra/ Malvinas es una suerte de compendio de las virtudes, los errores, las contradicciones culturales y de clase, y los nudos de la psicología política argentina. Es imposible resumir en unas pocas líneas la trabazón de todos estos elementos, pero se pueden señalar al menos sus principales directrices. Primero tenemos el problema de la soberanía, y no sólo respecto a ese lugar de nuestra tierra. Luego aparece el de la conciencia escindida que existe en el país respecto a este tema y el accionar epiléptico y abundante en afirmaciones tajantes sobre él, afirmaciones que tratan de ocultar la inseguridad de fondo que nos aqueja a propósito de nuestra identidad, fuente de esas contradicciones y agitaciones. Y, debajo de todo, cabe percibir la presencia de un núcleo, instintivo pero fuerte, que existe en el seno del país profundo respecto del sentido último de nuestro destino como nación vinculada a la Patria Grande. Aunque no se lo admita abiertamente, la guerra de Malvinas es, para una buena parte de nuestra opinión ilustrada, una vergüenza. O un episodio despreciable, promovido por un militar borracho y sostenido por un pueblo inconsciente que llenó la Plaza de Mayo, como lo sostuvo Beatriz Sarlo en ocasión de su visita a 6, 7 y 8. Su afirmación no fue cuestionada por ninguno de los desconcertados panelistas allí reunidos. Fue lógico que así fuera: los “progres” en nuestro país no tienen respuesta ante este tipo de planteo porque en el fondo están de acuerdo con él. Y lo están por la sencilla razón de que disciernen la realidad en términos abstractos, sin entender que la historia es dinámica y variable y que sus protagonistas pueden cambiar de carácter según adónde los llevan las circunstancias. No importa que usen el uniforme del ejército regular, que gasten barba guerrillera o que sean impecables políticos civilistas; se trata de cómo actúan en una coyuntura dada y de cuáles son las oportunidades que su accionar abre. Sin por esto dejar de tener en cuenta sus antecedentes, que pueden marcar el límite de su acción posible. Como fue el caso de los jefes de la dictadura argentina. Por otra parte, situaciones como la de Malvinas y la exaltación popular producida a propósito del conflicto, dieron la ocasión, a la legión de comunicadores que flotan sobre la masa del pueblo, para ostentar los rasgos de oportunismo a los que su actividad los condena en su condición de profesionales dependientes de un sueldo y de los vaivenes de una clase dirigente donde el factor nacional casi siempre cede el paso al poder de un sistema económico caracterizado por su coyunda con el imperialismo. Fue así como, en el caso malvinero, los énfasis triunfalistas y la jactancia ocuparon el lugar que debía haber llenado una opinión crítica responsable e inspirada nacionalmente. Cualquier aproximación imbuida de este carácter hubiera sido, sin embargo, considerada como derrotista por los jefes de la Junta, implacables en su vocación para equivocarse. Convocaban pero temían el soporte popular, y suponían, ¡nada menos!, que Estados Unidos iba a apoyarlos contra el Reino Unido… Pero el derrotismo, en realidad, no era otro que el que surgía de la comunión en ese triunfalismo hinchado, pues cuando este se desinfló por obra de la derrota militar, se produjo una brusca distensión de esa aparente voluntad guerrera y se abrió el paso al verdadero derrotismo, el que propugnaba la “desmalvinización” de la sociedad argentina y que fue servido en buena medida por los mismos militares y comunicadores que antes portaban los estandartes de la victoria fácil y descontada. La victoria en Malvinas no podía haberse logrado de otra forma que profundizando el proceso de liberación nacional. Ni Galtieri ni sus semejantes podían producir tal cosa. Pero habían abierto sin querer la puerta a esa evolución: los países de América latina fueron los únicos en el mundo que prestaron su apoyo a la gesta. Esta constatación está cada vez más vigente y comienza a adquirir una gravitación decisiva. No son sólo los reclamos argentinos en ocasión del trigésimo aniversario de la recuperación las islas los que han promovido la histeria belicista británica de estos días, sino sobre todo los pronunciamientos del MERCOSUR y la UNASUR en el sentido de no permitir a los barcos que enarbolen la bandera de conveniencia de las “Falklands” el ingreso a sus puertos. Porque Malvinas es un combate indisociable de un destino histórico que involucra a todo el subcontinente. A propósito de la guerra de Malvinas nuestra opinión ilustrada ha tendido a sentirse reflejada en la ingeniosa –pero errada- frase de Jorge Luis Borges: “es la pelea de dos calvos por un peine”. ¿Se puede creer en serio que la más grande y costosa operación aeronaval y terrestre perpetrada por Gran Bretaña después de la segunda guerra mundial estuviera determinada sólo por la voluntad de Margaret Thatcher de engatusar a la opinión británica y distraerla con una puesta en escena imperial al viejo estilo, mientras procuraba la reversión de las coordenadas económicas en aras del proyecto neoliberal? ¿O bien, tan sólo por el deseo de la dictadura argentina de escapar hacia delante para remediar su orfandad popular? Fueron dos factores que tuvieron algo que ver con lo sucedido, por supuesto, pero resulta trivial convertirlos en el /Deus ex machina/ de esa guerra. En el fondo –y a perpetuidad- están las cuestiones del potencial petrolífero de la cuenca submarina, del libre acceso a la conexión bioceánica y a la Antártida, y de la riqueza ictícola del mar austral. Argentina, sola, no puede sostener el reto que le plantean en ese campo Gran Bretaña y la OTAN. Como tampoco podría hacerlo Venezuela con su petróleo ni Brasil con la Amazonia. Es así como la causa austral se identifica con el plan de esa Patria Grande negada o despectivamente considerada por el sistema y sus escribas, y sus –conscientes o inconscientes- intelectuales orgánicos. Ahora bien, debatir Malvinas supone asimismo debatir el carácter de quienes han de protagonizar la lucha por la liberación iberoamericana. El pasado nos demuestra que solo las clases populares y sus pocos organismos corporativos –como la clase obrera organizada, unas fuerzas armadas rescatadas para un rol nacional y democrático, y la pequeña burguesía consciente de su papel, movilizada políticamente y capacitada para el análisis crítico- son capaces de proveer un respaldo consistente a una empresa liberadora de gran aliento. De modo que Malvinas es mucho más que la reivindicación de unas islas irredentas: es la piedra de toque para una concientización que las excede, incluyéndolas en el mapa de un gran proyecto histórico, la unidad latinoamericana, que deberá ocupar a todo el siglo XXI. (www.enriquelacolla.com) Notas (1) Paul Kennedy, The Rise and Fall of British Naval Mastery, Fontana Press, 1991, Londres, pág. 422. (2) Conviene señalar que esta incomprensión se extendió incluso a figuras egregias de carácter civil: tales son los casos de Getulio Vargas e Hipólito Irigoyen. (3) Jorge Abelardo Ramos: Historia de la Nación Latinoamericana, pág. 417, edición del Senado de la Nación, 2006.

viernes, 13 de enero de 2012

NATASHA Y SU TRISTE OFICIO: Como se prepara CLARINpara enlodar los 30 años de Malvinas. de Fabian Amilcar Cabanellas, el Viernes, 13 de enero de 2012 a la(s) 6:47 Escrito por César González Trejo Natasha tiene oficio. Hace años que trabaja en Clarín. Natasha sabe bien que la verdad no importa, que su oficio es otra cosa, y lo disfruta. NATASHA Y SU TRISTE OFICIO Por César González Trejo (*) Natasha tiene oficio. Hace años que trabaja en Clarín, y aunque el “nadie resiste tres tapas del diario” haya quedado atrás, sabe también que aún muchos sectores reafirman sus prejuicios, sus temores y sus odios con su lectura cotidiana, y aún permite instalar agenda en algunos sectores de poder. Natasha sabe bien que la verdad no importa, que su oficio es otra cosa, y lo disfruta. Un cosquilleo le recorre el cuerpo y una irrefrenable sonrisa -un tanto efímera-, se le dibuja en los labios cuando comprueba la preocupación que han generado sus cometarios entre algunos funcionarios y operadores políticos. No aprendió el viejo oficio de periodista, basado en la investigación, en recurrir a fuentes fidedignas y en publicar información verificable. Sabe que una operación bien ejecutada valen más que mil hechos ciertos. A Natasha le gustaría ser una intelectual; por eso, desde hace años, intenta escribir un libro. Y eligió un tema de lo más promisorio. De aquellos que aseguran un público para agotar la primera edición, y que –piensa ingenuamente-, contará incluso con el apoyo de los popes del diario y una difusión garantizada por los otros medios cobijados a la sombra del sutil dominio inglés. Quién sabe, hasta pueda viajar a Londres y otras hermosas capitales europeas, con gastos pagos y todo. El tema son los vejámenes, abusos de poder y crímenes cometidos por los oficiales y suboficiales argentinos sobre las propias tropas en la guerra de Malvinas. Perseverancia no le falta. Durante la década del ’90, cuando desde la Federación de Veteranos de Guerra denunciamos a los británicos ante la Comisión Investigadora de Crímenes de Guerra que se creó en el Ministerio de Defensa a pedido nuestro, más que los homicidios de los paracaidistas ingleses sobre los prisioneros argentinos, le interesaban los estaqueamientos ordenados por algún oficial argentino. Le causaba mayor preocupación humanitaria si algún suboficial de las propias fuerzas había ordenado castigar a un soldado por dormirse durante la guardia, que las tareas peligrosas que los ingleses ordenaron realizar a prisioneros argentinos en Darwin, con la pérdida de tres vidas y más de veinte heridos. Le quitaba el sueño conocer cómo algún militar de la Armada o del Ejército había maltratado a un conscripto argentino, que enfrentarse a los cortes de orejas que los parac británicos practicaron sobre los cadáveres de nuestros soldados. Se regodeaba pensando cómo convertir en crímenes de lesa humanidad a los vejámenes cometidos por nuestros superiores, sin prestar atención a la denuncia de crimen de guerra que - tanto en nuestro país como en la misma Londres-, pesa sobre el hundimiento del Crucero A.R.A. “Gral. Belgrano”. Cuando, luego de tantos años, a fines del 2009 los Familiares de los Caídos en Malvinas y en el Atlántico Sur, lograron organizar los viajes de inauguración del Monumento construido en el Cementerio de Darwin con el apoyo de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, Natasha creyó oportuna la ocasión para insistir sobre la denuncia sobre las propias fuerzas, antes que prestarle atención al extraordinario homenaje a los 649 Héroes Nacionales que se iba a realizar.. Por cierto, cada cual establece sus prioridades, según el interés que defiende. Como tantos otros escribas instalados en los sectores del privilegio mediático y cultural, Natasha recibió con beneplácito las versiones cinematográficas que victimizaron a los combatientes en Malvinas. Allí, las cosas volvían a estar en su lugar. Nada de Héroes de Malvinas, de relatos épicos, de asesinatos británicos, de colonialismo, de piratería inglesa y de complicidad norteamericana. Nada de pueblo en la Plaza vivando la recuperación, y de sudacas anotándose en las embajadas argentinas para pelear contra los gringos. Nada de presos políticos ofreciéndose para combatir o formando bancos de sangre en las cárceles de la dictadura. Nada de exiliados por la dictadura organizándose para formar comités de solidaridad en América Latina con la Causa argentina. Nada de reclamos trasnochados, de denuncia de pesca ilegal, de exploración petrolera, de agresiones unilaterales imperialistas. Nada de negritos correntinos, chaqueños o tucumanos enfrentando con valor a los soldados enviados por su majestad. El único relato que interesa estaba ahí: un chico sensible, de clase media porteña, rubio y de ojos claros, vejado por un teniente de rasgos psicopáticos, genocida y torturador. Y cuando la ficción se convirtió en una presentación judicial contra oficiales y suboficiales argentinos por crímenes de lesa humanidad ¡Aleluya!, por fin había algo que publicar en el gran diario argentino. Natasha no sabe nada de Derecho; no tiene por qué: ella es periodista, su función es informar. Sin embargo, respecto a la evolución de la causa iniciada por las denuncias de malos tratos, sólo difundió la presentación y los fallos de los tribunales referidos, pero omitió publicar la sentencia emitida por la Cámara Nacional de Casación Penal. Es decir, ella y sus jefes de Clarín, sólo dieron a conocimiento público las sentencias que a ellos les gustaron, omitiendo la información que les desagradó. Los fallos de los Juzgados Federales de Río Grande y Tierra del Fuego, similares entre sí, y que tanta satisfacción brindó a Clarín publicar, van a ser recordados por su insólito desconocimiento de la realidad histórica, la Constitución Nacional, la jurisprudencia nacional, las leyes vigentes y el interés nacional. Porque más allá de la manipulación intencionada del Derecho, pretendieron fijar antecedentes a favor de la interpretación británica sobre la guerra del Atlántico Sur de 1982. Veamos algunas “perlitas”. Dice la Jueza Parcio de Seleme, del Juzgado Federal de Comodoro Rivadavia: “…el hecho investigado se ha producido en el marco de una guerra tal cual había sido declarada luego del 2 de abril del año 1982 por el gobierno de facto al Reino Unido de Gran Bretaña y recíprocamente por este último a nuestro país…” “….esa guerra…debe encuadrarse y sobre esta base se sustenta el presente pronunciamiento, en un obscuro período de la historia de nuestra Patria signada por el gobierno de facto que quebrantó el orden Constitucional entre los años 1976 a 1982”. Y afirma la Jueza Herráez, titular del Juzgado Federal de Río Grande –la misma que tiene “planchada” la causa por crímenes de guerra británicos desde el año 1999-: “….la dictadura militar invade las Islas Malvinas en un último intento para recuperar el prestigio y la confianza de la ciudadanía para mantenerse en el poder”. Ambos Juzgados Federales, además, coincidieron en caracterizar como crímenes de lesa humanidad los hechos denunciados. Veamos entonces, el fallo de la Cámara de Casación Penal que Clarín omitió publicar: “los hechos supuestamente ocurridos habrían tenido lugar en el marco temporal y jurídico de las operaciones de guerra relativas a la que tuvo lugar en el año 1982 para reivindicar por las armas el título incuestionable de soberanía del que goza Argentina respecto a las Islas Malvinas” “…por más aberrantes que puedan resultar las acciones que presuntamente se habrían desarrollado, no se encuentran acreditados los requisitos de sistematicidad ni generalidad del ataque, como elementos que elevarían los delitos supuestamente cometidos a la categoría más grave de delitos contra la humanidad” “…aquellas personas que resultaron víctimas de los supuestos estaqueamientos o enterramientos, no poseían características especiales, ni eran objeto de dicho padecimiento en virtud de alguna tendencia política o ideológica, que permita sostener una vinculación con la metodología utilizada por aquellos años por el gobierno de facto”. Este fallo ha sido recurrido ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación, y esto sí ha sido publicado recientemente por el medio hegemónico. Omito comentar los fallos; el lector sabrá sacar sus propias conclusiones. Si realmente queremos Memoria, Verdad y Justicia para los 649 Héroes Nacionales y la Causa de recuperación de Malvinas e Islas del Atlántico Sur, proponemos comenzar con algunas de estas acciones de la siguiente agenda: 1) Levantar el secreto que pesa sobre la documentación que guarda el Estado Nacional respecto de la guerra del Atlántico Sur. Con ello podremos saber cómo se condujo la guerra, por qué se siguió pagando la deuda al Reino Unido mientras nosotros peleábamos en las Islas, qué dirigentes civiles y militares se reunían en las embajadas extranjeras para negociar qué cosas mientras nuestros compañeros caían bajo las bombas enemigas. Qué dice el Informe Rattenbach en su versión completa. Quiénes y cómo nos apoyaron y quiénes y cómo nos boicotearon en el plano internacional. 2) Reactivar la Comisión Investigadora de Crímenes de Guerra creada mediante Ley Nº 24.517, ampliando sus alcances para investigar las conductas de las fuerzas argentinas en la guerra, para determinar méritos y deméritos y otorgar premios y castigos, a través de decisiones político-administrativas.(Por ejemplo, dar o quitar condecoraciones, dar y quitar pensiones, ascender o degradar, publicar informes sobre conductas honrosas o deshonrosas, etc.) 3) Denunciar por inconstitucionalidad los acuerdos suscriptos con el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte que afectan el interés nacional de recuperar nuestras Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y espacios adyacentes, además de incluir cláusulas bilaterales que violan los Convenios de Ginebra, exonerando al Reino Unido por los crímenes cometidos durante la guerra. 4) Que el Estado Nacional asuma la representación de las víctimas argentinas de los crímenes de guerra perpetrados por orden de las autoridades británicas y sus fuerzas invasoras. 5) Profundizar el camino iniciado con el MERCOSUR, la UNASUR y la CELAC en cuanto a las sanciones económicas, políticas y diplomáticas antes las agresiones unilaterales cometidas por el Reino Unido y sus aliados en el Atlántico Sur. Sólo así terminaremos definitivamente con cualquier situación de impunidad e injusticia. Sólo así estaremos en coherencia con nuestra Constitución Nacional. Solo así seremos serios en la construcción de la Patria Grande. Sólo así seremos dignos de los Héroes Nacionales que dieron sus vidas por todos nosotros y por nuestros descendientes. CGT/· Ex soldado combatiente en Malvinas

sábado, 27 de agosto de 2011

Las posguerra como campo de batalla. Julio Cardozo



En junio de 1982, Argentina comenzó a transitar su postguerra –la primera en su historia contemporánea– consolidando rápidamente una mirada orientada hacia el silencio y el olvido.

Mientras la comunidad se entregaba a su propio proceso de tramitación de la experiencia de guerra –tarea que recayó principalmente sobre las nacientes organizaciones de ex combatientes y en la asociación que constituyeron las familias que habían perdido un ser querido durante el conflicto– el Estado, las fuerzas políticas responsables de gobierno, las instituciones educativas, los intelectuales y los medios de comunicación adoptaron, casi sin diferencias, un discurso distante para con los acontecimientos vividos y condenatorio hacia sus protagonistas.

Resulta sencillo proponer explicaciones acerca de las necesidades que justificaron esta institución de la desmalvinización en la sociedad argentina. Lo difícil es no rendirse ante la evidencia de que su resultado, como política de postguerra, ha sido altamente trágico, injusto y empobrecedor para con nosotros mismos.

Desmalvinización: el punto de vista “del loco”

La forma en la que Argentina salió del conflicto bélico fue sobre todo trágica, injusta y empobrecedora para los combatientes y sus familias. Pero poco a poco, en sucesivos círculos concéntricos, esta condición trágica, injusta y empobrecedora fue ampliándose hasta abarcar la totalidad del escenario político de la postguerra, que con sus más y sus menos optó por construir su gobernabilidad en la imposibilidad de pensarnos como comunidad histórica, más allá de la dictadura militar y del terrorismo de Estado.

Desde entonces, Argentina parece haberse movido en un presente puro apenas apoyado en una memoria de corto plazo. Esto alentó pragmatismos de toda índole y nos restó perspectiva para imaginarnos en el futuro, como proyecto colectivo

Tal vez el rasgo más expresivo de esa primera postguerra haya sido el hecho de que las crisis se vivieran, no como procesos derivados unos de otros, sino más bien como catástrofes que sorprendían con su irrupción inesperada y a las que sólo podían darse respuestas urgentes, oportunistas y casi siempre acopladas al horizonte impuesto por la entonces recién nacida globalización.

Ese cuño que marcó la política interna y externa de aquella primera democracia obtuvo su forma en la desmalvinización: el corte con el pasado, la preferencia por el minimalismo, una mirada fascinada por los detalles secundarios, proclive a la fragmentación y a la teatralidad, inclinada a actuar sobre la superficie y desdeñosa de profundizar en los estratos, partícipe de la más pueril postmodernidad de moda en esos días, que se declaraba impotente para aventurar generalizaciones o definir regularidades, y optaba por hacer y ver el mundo como un inestable conjunto de múltiples discontinuidades.

Resulta curioso que la época de la fragmentación del pensamiento coincidiera con la época de la más fenomenal concentración económica y militar a nivel planetario.

Prueba de esto es, entre otras cosas, la inequívoca lógica del saqueo colonial en Malvinas –cuya evidente continuidad ha vuelto a “sorprender” en estos últimos tiempos, con el envío de las plataformas de exploración petrolera al servicio de las empresas Desire Petroleum, Rockhopper Exploration, BHP Billiton, Falkland Oil and Gas, Argos Resources y Borders & Southern Petroleum– hecho que nos confronta de inmediato con la equívoca lógica propuesta por la desmalvinización, que no sólo se ha demostrado incapaz para comprender la guerra de 1982, sino que tampoco ha sido útil para predecir sus consecuencias a futuro.

Una de las claves de esta incapacidad radica en que –de todos los puntos de vista disponibles para comprender el conflicto bélico que Argentina sostuvo con el Reino Unido– la desmalvinización elaboró el suyo eligiendo como propio el punto de vista “del loco”: a la sombra de esa idea repetida hasta el cansancio de que el país “fue arrastrado por la locura de un general borracho a una guerra absurda con el solo fin de perpetuarse en el poder”, se ha producido, en Argentina, una de las operaciones discursivas más perniciosas de nuestra historia contemporánea.

La semiología propone la idea de que una época se define en la adopción de un léxico y una gramática. Dice Richard Rorty: “Los seres humanos hacen las verdades al hacer los lenguajes en los cuales se formulan las proposiciones” (1).

La adopción de “la locura” como razón principal de los acontecimientos vividos en 1982 ha implicado el envío de la totalidad del conflicto y de todos sus partícipes al territorio del absurdo, de la insensatez y el disparate. Es natural, entonces, que bajo la orientación de la mirada “del loco”, todas las proposiciones terminen envueltas en el sinsentido.

Desde este punto de vista, no serían relevantes los intereses concretos de los actores internacionales ni los escenarios y estrategias que desde hace décadas, siglos, se vienen desplegando sucesivamente alrededor del control del Atlántico Sur y sus recursos.

En el mundo del absurdo, las causas se disuelven, las razones no hacen pie, prevalece la nada.

Por esta razón, las posiciones desmalvinizadoras tiene enormes dificultades para incorporar a su discurso palabras como “héroe”, “sacrificio”, “patria”, “coraje”, “causa”, “América”, “imperio”, “coloniaje”, “saqueo”. Son palabras que resultan problemáticas porque la carga de sentido de la que son portadoras es inconcebible desde el punto de vista “del loco”. Al evitar el carácter anticolonial del conflicto, la desmalvinización opta por un discurso de perspectiva introvertida que pone el acento en otro vocabulario: “fuimos llevados”, “zapatillas”, “estaqueo”, “hambre”, “frío”, “vergüenza”, “miedo”. En realidad, se trata de léxicos no excluyentes que la desmalvinización ha querido poner como antagónicos para sostener un pseudosideologismo de apariencia progresista que se especializa en producir relatos maniqueos, lisos y monocausales. En ese discurso, la figura privilegiada es la del inocente inmolado por el dictador, una figura construida a posteriori, ajena al sentir de época y que, en el escenario de las islas, es incapaz de explicar la razón de los combates.

Esta mirada que instituyó el vacío en el corazón del conflicto por Malvinas es la responsable de la puesta en circulación de esa serie de penosas estampas que por mucho tiempo dominaron los medios de comunicación, buena parte del arco político y de las instituciones educativas: la imagen de los “chicos de la guerra”, una generación de “antihéroes” empujada al matadero o al suicidio, degradada, aislada y resentida como consecuencia “de aquella locura absurda”.

La desmalvinización es una operación discursiva que hizo desaparecer al combatiente y nos los devolvió transfigurado en víctima, en una sombra de sí mismo, alguien que no tendría otra cosa para decir más que el relato de sus padecimientos personales.

Este proceso de reducción a la insignificancia de los acontecimientos que se abren a partir del 2 de abril de 1982 comenzó con la eliminación de la dimensión histórica, social y política del conflicto y nos condujo luego, postguerra mediante, a la ingenua superstición de que ya no habría conflicto, o bien que nada se puede hacer con él.

Si hubiera una “doctrina de la desmalvinización”, su cumplimiento más ortodoxo podría describirse según los movimientos y pasos siguientes:

Primer movimiento:

Supresión de la escena pública de los protagonistas. Pérdida de la palabra. Promoción de los “intérpretes” y los “comentaristas”.
Construcción del concepto del “sin sentido” para todo lo acontecido.
Identificación de “guerra perdida” con “causa perdida”.

Segundo movimiento:

Remisión de todo y de todos al interior del dispositivo represivo de la dictadura.
Victimización. La guerra de Malvinas como “campo de exterminio” extendido al Atlántico Sur: tratamiento de los combatientes como víctimas del terrorismo de Estado.
Desplazamiento de la cuestión colonial a un lugar secundario. Promoción de los enfoques técnicos del problema.

No es la tarea aquí dilucidar los objetivos de una doctrina semejante. Nos basta comprobar su resultado. En este sentido, parece obvio que la definición de la guerra de Malvinas como “locura absurda” solo podría arrojar conclusiones absurdas. Es esto, precisamente, lo que encontramos a lo largo del camino de la desmalvinización: confusión y extravío.

Dos ejemplos ínfimos. Al cumplirse los veinticinco años de la guerra, la página oficial del Ministerio de Defensa eligió hacer su recordatorio el 14 de junio, no el 2 de abril. Obviamente, hubo protestas, cartas, respuestas, y rápidamente “el error” fue corregido. En 2008, el Ministerio de Educación de la Nación también tuvo que corregir otro “error”. Entre los materiales de apoyo docente que ofrecía desde su página oficial, presentaba un trabajo sobre la cuestión Malvinas en el que se definía la recuperación del 2 de abril de 1982 como “invasión argentina”. Denuncia mediante, el trabajo fue retirado.

No hace falta mucho análisis para darse cuenta que considerar como “invasión” el acto de recuperar las islas y elegir como fecha para conmemorarlo el día de la rendición militar argentina en Malvinas son decisiones que expresan con mucha propiedad el punto de vista británico, no el nuestro.

Cabe preguntarse cómo llegamos a esta “locura”. La desmalvinización, esa operación discursiva que instala ambigüedad donde no debería haberla, se inscribe, sin duda, en esa cultura del coloniaje que en los años cuarenta Scalabrini Ortiz describía con la siguiente fórmula: “Hablamos en castellano, hacemos en inglés” (2).

Se trata de un procedimiento que recuerda la broma de Marechal cuando se refería a “la” mujer como una “conjunción adversativa”, observando lo que sería una cierta “habilidad natural” para crear controversia y contrariedad con el uso sistemático del “pero”, “aunque” o “sin embargo”, diluyendo así toda tentativa de afirmar una certeza.

El procedimiento pierde la simpatía de la broma y se vuelve antipático cuando aparece para obstaculizar el juicio de la comunidad, problematizando hasta las cuestiones más elementales, sencillas y evidentes. Veamos un ejemplo. ¿Cómo deberíamos contestar las siguientes preguntas?:

1. Con quiénes se enfrentaron los soldados argentinos en Malvinas: ¿con la fuerza colonial británica o con la dictadura militar?

2. Qué es lo que estaba en juego para esos combatientes: ¿la soberanía de las islas o la continuidad de la dictadura militar?

3. Los caídos argentinos en la guerra de Malvinas ¿son héroes de esa lucha o son víctimas del gobierno militar?

El sentido común respondería sin titubeos. Basta seguir el hilo de estas preguntas y estar dispuesto a asumir con honestidad todo lo que de ellas se deriva para que el estatuto discursivo de la desmalvinización –justificado solamente en la mirada “del loco”– caiga por su propio peso.

Malvinas como faro de orientación

Hablar de historia contemporánea siempre es complejo, delicado. Sabemos que no está disponible toda la información, que los testimonios están cargados de subjetividad y que los intereses en juego siguen operando en todos los escenarios, los fácticos y los discursivos.

Se trata de un conflicto vigente. Y en esta materia, el historiador académico o el profesional de la educación, cuando se presenta la necesidad de elaborar contenidos para el sistema educativo, prefieren posponer la adopción de puntos de vista definitivos y se inclinan por los planteos abiertos. Es comprensible: “Necesitamos, primero, hacer lugar a todas las miradas”, “es un acontecimiento sobre el que no hemos alcanzado una síntesis adecuada”, “es un tema polémico”. Es lo que se oye.

Me gustaría, sin embargo, plantear un dilema. La contemporaneidad de los hechos, su proximidad, aparece como impedimento al dejarnos sin distancia suficiente para contar los hechos con suficiente verdad y justicia. Ahora bien: todos sabemos que un hecho sólo puede ser comprendido cuando somos capaces de describirlo, de contarlo. Describir y relatar, son formas del conocer. Resulta obvio, entonces, que si no conseguimos enunciar al menos una hipótesis descriptiva, un punto de partida firme, el problema escapará a nuestro entendimiento y, por lo tanto, no podremos resolverlo. Si el problema sigue irresuelto –y es un hecho que la ocupación colonial sigue– el problema continuará anclado en nuestra contemporaneidad, en el presente, cosa que nos devuelve al principio: como se trata de un hecho contemporáneo, resulta muy complejo decir algo de él, con verdad y con justicia. “Es necesario, primero, hacer lugar a todas las miradas”…

Se nos impone un problema técnico como si se tratara de un problema gnoseológico. La enunciación, obviamente, siempre carga con el peso de su propia arbitrariedad. Pero el hablante toma riesgo. De otro modo, estaría condenado a permanecer en silencio. Esto es así, siempre. A poco de analizarlo, el argumento que pone “la contemporaneidad” como problema, se revela en serie con el procedimiento de la “conjunción adversativa”, esa fábrica de ambigüedad que hace uso y abuso de la natural ambigüedad del lenguaje.

Proponer una especie de “pensar impresionista”, en donde el paisaje de la historia queda perpetuamente indefinido entre el día y la noche, donde la ambigüedad sobre si se trata de un amanecer o de un crepúsculo es impenetrable, sin duda forma parte de la operación discursiva que propone la desmalvinización.

Esta estrategia acepta perfectamente la descripción de “máquina” que propone Félix Guattari en Caósmosis: “una de las instancias centrales en la producción de subjetividad” que “acota lo visible y lo enunciable, y establece ciertas relaciones de poder” por medio de sus procedimientos discursivos (3).

Todos sabemos que reivindicar la posibilidad de un saber exhaustivo, perenne, esencial e irrefutable es imposible. Esta no es la cuestión. Acá no se trata de oponer a la desmalvinización una malvinería puritana y dueña de todas las certezas –discurso que existe también, y que es contracara de la desmalvinización, la misma cosa–. El asunto que nos ocupa es cómo se construye un punto de vista común, dónde situamos nuestro propio faro de orientación en este verdadero campo de batalla por el significado de las cosas en el que se ha convertido la postguerra.

Necesitamos romper “la máquina de la desmalvinización”. En pocas palabras: nos hace falta decidir, por un lado, cómo organizar el saber, y por el otro, cómo organizarnos para saber. Otra maquinaria conceptual.

Si vamos a contar la historia de este conflicto, lo primero que necesitamos es identificar al sujeto de esta historia y situar ahí la clave del relato. Sin duda, se trata de una historia que recae a cada momento sobre sujetos individuales, pero sería imposible que un solo sujeto individual cargue más allá de su propia vida con una Causa que tiene ya casi dos siglos de existencia.

Nada dura doscientos años si no está sostenido en la comunidad, ese flujo constante de vida que da continuidad a lo que somos, cada vez, a cada instante. El sujeto de la historia no podría ser entonces “el general borracho”. Pero tampoco el político, el profesor, el periodista, el funcionario, el dirigente o el militante. Ni siquiera el ex combatiente es ese sujeto histórico.

Es simple y al mismo tiempo misterioso: el sujeto de la Causa de Malvinas es el pueblo. Han marchado sobre sus hombros todos aquellos que, a cada momento, tomaron y toman parte en esa lucha.

De distintas maneras, hace ya casi dos siglos que Malvinas se viene reeditando en nuestra contemporaneidad. Se trata, realmente, de un fenómeno poco común. En la historia del país no son tantos los hechos, las personalidades o las formas culturales que han conseguido inscribirse en la memoria popular de un modo semejante.

Para acometer el relato de esta historia es indispensable, entonces, tomar al pueblo como faro de orientación y seguir el hilo de su comportamiento histórico, porque en su seno opera un saber que a lo largo del tiempo ha ido convirtiendo la expresión “Malvinas Argentinas” en un verdadero campo simbólico, que incluye la reivindicación de la soberanía de las islas pero que extiende su significación mucho más allá de ellas.

¿De dónde surge esa vitalidad simbólica? ¿Por qué esas islas siguen siendo evocadas en todos los presentes de nuestra comunidad?

La pregunta nos parece fundamental. Y por contraste, resulta también fundamental reparar en el hecho de que esta inscripción popular nunca ocupe el centro en las interpretaciones académicas, periodísticas o políticas más difundidas sobre la cuestión Malvinas.

Se sostiene a veces que esa relación histórica establecida entre el pueblo argentino y esas islas es una invención de la literatura política, una ficción que sólo ha servido de estribo para lo que es calificado como aventuras, errores o desmesuras nacionalistas. De ahí que se considere ese carácter popular como un problema, o como un peligro siempre emergente, algo que habría que remover para que el país pueda alcanzar una comprensión objetiva del problema y, eventualmente, su solución.

Nuestra opinión es que la lógica de estos argumentos es, sin más, la lógica del coloniaje.

En el corazón de esa danza gigantesca que los hombres y mujeres de una comunidad llevan adelante cuando se entregan a vivir su cultura y su tiempo; en su histórico devenir, los pueblos –sin una razón específica y por fuera de la lógica formal– hacen nacer las creaciones culturales que les sirven de orientación y dan sentido a su vida.

De esas creaciones surgen nuestros modos de ver y de contar el mundo, el centro de gravedad alrededor del cual se organiza el sentir y el decir de una comunidad. Es lo que extraordinariamente ha podido definir Jaime Dávalos en su Vidala del Nombrador. Así habla el sujeto popular, siempre dueño de sí mismo y de todo lo que él hace existir:

Vengo del ronco tambor de la luna

en la memoria del puro animal.

Soy una astilla de tierra que vuelve

hacia su antigua raíz mineral.


Soy el que canta detrás de la copla

el que en la espuma del río ha’i volver,

paisaje vivo mi canto es el agua

que por la selva sube a florecer.

Yo soy quien pinta las uvas

y las vuelve a despintar.

Al palo verde lo seco

y al seco lo hago brotar.

Empujados por esa voz se alzan en el territorio los faros de identidad de la “Nación del Vivir”, como la llamaba Rodolfo Kusch (4). Esos faros marcan el horizonte cultural del que surge el pensamiento de una comunidad, cúmulo de figuras cargadas de sentido y de afectos o, como decía Yupanqui, “de esas locuras divinas que hacen que el hombre de por aquí se aferre a su continente” (5).

La Causa de Malvinas es uno de los faros de esa Nación del Vivir, porque involucra de raíz y en todas sus partes su propia existencia como proyecto de autonomía colectiva.

A lo largo de la historia, esa Causa ha venido proporcionando motivos, significados y orientación para esta aventura siempre abierta de hacernos a nosotros mismos, una comunidad, un país, una patria. Por eso permanece encendida. Porque es vivida como una fuente proveedora de sentido, como uno de esos territorios simbólicos donde la comunidad se asegura el constante nacer y renacer de “un decir” y “un sentir” para ella misma, siempre disponible para alumbrar después como pensamiento, como acción y como proyecto.

Esta noción de “un sentir y un decir como proyecto” nos permite traer acá una cita de Macedonio Fernández que nos parece ejemplar: “Un Estado, cultura, ciencia o libro no hechos para servir a la Pasión no tienen explicación”, por más que lo respalde la ciencia, el buen gusto o el “intelectualismo extenuante” del pensar colonizado (6).

No hay abordaje serio de la cuestión Malvinas si no se pone a los pueblos de la región en el centro del escenario. Porque ellos mismos son la Gran Causa, su propia Pasión.

La máquina de la desmalvinización, en este sentido, funciona como una muralla discursiva al servicio del control de esa pasión popular.

El libro de cabecera de la Causa

Es preciso restituir al pueblo como sujeto en nuestros relatos sobre la Causa de Malvinas. Esto significa identificar sus pronunciamientos, su saber, su pensamiento. ¿Dónde está escrito lo que el pueblo piensa acerca de la Causa? Es necesario decir algo acerca de esto porque en nombre del pueblo se ha dicho, se dice y seguramente se seguirá diciendo cualquier cosa.

Solemos pensar en “el saber” como algo que se acumula bajo la forma de libros. Hannah Arendt afirma con razón que el hombre se manifiesta con la palabra y con la acción, y que “la acción, aunque no es un lenguaje, en ocasiones puede leerse como si lo fuera; al igual que la palabra puede sentirse a veces tan sólida y material como la acción” (7).

En esta región del mundo, los pueblos son particularmente expresivos a través de la acción. Hacen en forma aluvional, como ruptura, o por diseminación, muy lentamente. “Los pueblos siguen la táctica del agua. Aprisionada, se agita y pugna por desbordar; si no lo consigue, trabaja lentamente en los cimientos, buscando filtrarse. Si nada de esto logra, acaba en el tiempo por romper el dique, lanzándose en torrente. Son los aluviones. Lenta o tumultuosamente, el agua, igual que los pueblos, pasa siempre” (8).

En el plano de su cotidianeidad, los pueblos despliegan su escritura, como dice Kusch, a medida que van “domiciliándose en el mundo”. Lo hacen muy despacio, marcando el territorio con gramáticas de orden simbólico y de naturalezas muy diversas: sus cancioneros, sus prácticas muralistas en los barrios, en la inscripción de sus cuerpos de creencias, sus dichos, en la ritualidad de sus celebraciones o con la presencia de sus heterogéneos santorales, a los que la comunidad dedica altares y adoratorios. Todas éstas son escrituras del pueblo.

Dentro de esa verdadera biblioteca popular tiene un lugar preferencial la serie de marcas que integra lo que se podría bautizar como el “libro de cabecera” para la comprensión popular de la Causa de Malvinas. Veamos algún ejemplo de esas escrituras.

Tal vez el primer “texto” de lectura obligatoria para cualquiera que se proponga el abordaje de la cuestión Malvinas debiera ser el que la guerra y la postguerra ha escrito sobre los cuerpos de los ex combatientes y las familias de los Caídos.

En este terreno, nada se puede decir sin escuchar primero. Esos cuerpos llevan tatuado una parte importante de la historia. Esto es algo que no podemos dejar de leer: la voz y los gestos de los protagonistas, algo que fue y en buena medida sigue siendo denegado o velado por los intérpretes, aquellos que tomaron su lugar apenas concluyó la guerra y que hasta el día de hoy continúan ocupando las principales tribunas públicas. Aquí corresponde decir, como dice Jaime Ross en El hombre de la calle: “No me hables más de él, no hablen más por él”. El levantamiento de esta interdicción y la completa liberación de la voz de todos los protagonistas es una necesidad en ese “libro de cabecera” del que hablamos.

Otro capítulo de altísimo valor político es la formidable presencia de la Causa Malvinas en el paisaje urbano y suburbano de Argentina. Otra lectura obligatoria.

Llevan nombres relacionados con la Causa innumerables calles de todos los pueblos y ciudades del país, plazas, plazoletas, monumentos, monolitos, escuelas, salones sindicales, centros culturales, centros de salud, clubes, estadios, cines, auditorios, teatros, aeropuertos, municipios y multitud de complejos habitacionales. Una búsqueda superficial en internet arroja 266 millones de entradas para las palabras Malvinas Argentinas. Hay fábricas de chacinados, de pastas, talleres mecánicos, servicios de transporte, cooperativas de trabajo, de telefonía o de la construcción que llevan ese nombre en Bahía Blanca, Cipolletti, Balcarce, Buenos Aires, Mendoza, Córdoba, San Luis, Monte Grande, Puerto Iguazú… La calle principal de Iruya, pueblo salteño de no más de dos mil habitantes que está colgado de la montaña a cuatro mil metros de altura y cuya relación con el Atlántico Sur parece a primera vista más que imposible, se llama Malvinas Argentinas. Es una calle de apenas cincuenta metros, que arranca en la ladera del cerro, pasa frente a la iglesia y termina en un abismo al pie del cual corre el río Iruya.

Después de San Martín y de la gesta sanmartiniana, la Causa de Malvinas debe ser la memoria más nombrada del país. Evidentemente, en todos estos años, el pueblo ha ejercido de un modo vigoroso su poder de Nombrador, como afirma la vidala de Dávalos, construyendo sobre todo el territorio nacional una verdadera topología de la Causa.

Este es un texto de una significación extraordinaria. Todos conocemos el altísimo consenso social y político que exige la ley para decidir el cambio de nombre de una calle o de una escuela. Pensemos entonces que esto se ha repetido por miles y miles de casos en todas partes, a pesar y en contra de un contexto francamente desmalvinizador, lo cual multiplica el significado político que subyace a la voluntad del Nombrador, que decidió con esta topología dejar en claro que esa Causa está en un lugar central de su memoria.

Dijimos antes que los pueblos se manifiestan diseminando signos lentamente, como en los casos anteriores, o en forma aluvional, como ruptura. Veamos algún ejemplo de esta segunda modalidad.

El pueblo, cuando irrumpe, no argumenta; simplemente afirma. El aluvión no es narrativo. Viene a poner una especie de punto final a lo que se venía diciendo y hace lugar para que otra narración de comienzo. El pueblo aparece para establecer una verdad y en ese acto hace saltar la térmica de todos los gabinetes de ciencias políticas y sociales. La lógica vandálica de las intervenciones populares subordina siempre todos los contenidos a la potente dirección de sus pasiones. La desmesura es su regla, y así se manifestó, desmesuradamente, al conocer la noticia de la recuperación de las islas, el 2 de abril de 1982.

Durante la convocatoria que reincorporó a los cuarteles a la clase 62 que ya había sido dada de baja de su conscripción, por ejemplo, no se registró la deserción de ningún integrante en todo el país. Esto pone en tela de juicio el mecánico “nos llevaron” de la desmalvinización. Se presentaron todos los soldados conscriptos, sin excepciones, incluso antes de haber recibido el telegrama. Había en el aire un clima que solo a posteriori fue forzado a perder significación. Esta masiva predisposición es, sin duda, un texto fuerte.

Hay otros. En las cárceles de la dictadura, grupos de presos políticos decidieron ofrecerse para combatir junto a los soldados argentinos. Al no prosperar el ofrecimiento, organizaron bancos de sangre para asistir a los heridos de esa lucha. La presentación espontánea de voluntarios para combatir no solo se dio en el país, también ante las embajadas del Perú, de Panamá, de Cuba, de Venezuela. En Caracas, los venezolanos realizaron un apagón espontáneo en repudio del hundimiento del Crucero General Belgrano. La fuerza de esta presencia popular provocó la ruptura de la unidad de todos los centros de exiliados de América Latina y España, inaugurando un masivo movimiento de apoyo a la Causa argentina, sin que eso significara renunciar a la lucha contra la dictadura. Seguramente, el pronunciamiento más lúcido y transparente en este sentido haya sido el comunicado de la CGT de Saúl Ubaldini que, luego de haberse movilizado contra el gobierno el 30 de marzo de 1982 y de recibir una de las represiones callejeras más violentas de entonces, volvió a manifestarse el 3 de abril, esta vez exigiendo el respeto simultáneo a la soberanía nacional en Malvinas y a la soberanía popular en el continente. Esas expresiones abrieron un espacio impensado para la política, gracias a que el aluvión popular supo conquistar para sí todo el espacio público disponible. Se sentía profundamente que estaba sucediendo algo potente, que el futuro era una posibilidad abierta, a construir.

El conjunto de las acciones populares que se manifestaron en ese escenario configuran y pueden leerse como un texto de signo emancipador, no visible sólo para quien cree que estallidos de esta índole son nada más que producto de la manipulación informativa y de la demagogia. Pobre consideración del pueblo hay en esta mirada de iluminado.

La inteligencia y complejidad de los pronunciamientos populares de esos días están muy por arriba de la medianía de muchos ensayos de esclarecidos. En 1982, el pueblo argentino se manifestó rotundamente contra el gobierno militar. Está probado. Al mismo tiempo, nunca dejó de sostener a sus hijos en la altísima encrucijada del combate contra las fuerzas británicas, ni dejó de reivindicar la soberanía argentina sobre las islas. Pero además de esto, tampoco cayó en el delirio belicista. Constantemente apoyó y pidió una solución pacífica para el conflicto.

Visto en perspectiva, éste es un texto ejemplar acerca del sacrificio que implica elegir el camino que dicta la pasión popular, que en aquella alternativa no fue ni el más sencillo ni el menos doloroso ni el que tenía éxito garantizado. Fue, sencillamente, el más digno.

Un caso especialmente demostrativo de esa dignidad es el movimiento de solidaridad que se desplegó en el seno de la comunidad cuando quedó confirmado que los británicos enviarían su flota de guerra a las islas. Ese movimiento fue tan extenso, intenso y espontáneo que obligó al Estado Mayor Conjunto de la dictadura a anunciar, en su Comunicado número 41 del 1 de mayo, que “la elevada cantidad de medios, materiales, víveres y equipos que se han recibido en los distintos puntos del país, hacen dificultosa su estiba y distribución, y supera la capacidad de carga de los transportes disponibles. Por ello, se solicita a la población suspender por el momento el envío de donaciones”. El aluvión solidario pugnaba por llegar hasta las islas más allá de todo límite.

Al cumplirse los veinticinco años del conflicto, el secretario de Hacienda del gobierno militar, Manuel Solanet, declaró al diario Clarín que “la recaudación definitiva en donaciones fue de 54 millones de dólares, casi el doble de lo que demandó la movilización de tropas para la ocupación de las islas, que costó 29 millones de dólares” (9).

La energía social comprometida en ese movimiento solidario es algo que muy pocas narraciones consideran. Ha interesado más el destino que un puñado de “vivos” le dieron a lo donado, que el carácter de manifiesto malvinero que se expresó en el abrumador volumen de esas donaciones.

Esa solidaridad expresa uno de los hechos políticos más importantes de aquel momento. La irrupción de esa lógica popular fue la que le cambió el signo a esa pequeña maniobra de palacio imaginada por la dictadura, convirtiéndola en un verdadero acontecimiento, caja de resonancia regional para una aspiración histórica de todos los pueblos del continente.

Nos parece que estas acciones pueden leerse como un texto. Son parte de ese “libro de cabecera” que nuestros maestros y profesores podrían ofrecer a sus alumnos. Resulta imposible comprender una Causa que permanece encendida durante tanto tiempo sin el auxilio de esos pronunciamientos populares.

Decir y sentir del pueblo

Dentro del extenso tejido narrativo que el pueblo argentino ha venido hilando alrededor de la expresión “Malvinas Argentinas”, hay una hebra que fue hilvanada en la postguerra por las familias de nuestros Caídos.

En 1983, enfrentados a la pérdida irreparable, debieron decidir sobre cuestiones para las cuales jamás se habían preparado. La guerra les había quitado lo más querido. No podía ser peor. Y ahora, una vez concluido el enfrentamiento militar, los británicos les ofrecían “la repatriación de los restos” de los soldados argentinos que habían quedado en las islas.

Los familiares de los Caídos rechazaron la propuesta británica argumentando que “no se puede repatriar lo que ya está en su patria”.

Hay que tomarse un momento para advertir la dimensión de este sacrificio. Las familias eligieron tener lejos a sus hijos muertos en la guerra. Les pareció que ese sacrificio era lo único que podía aproximarse al sacrificio que habían hecho ellos, la manera más alta de ofrecerles respeto y reconocimiento. Era la tierra por la que habían dado sus vidas, merecían quedar ahí.

Hay una belleza trágica y heroica en ese sacrificio. Sólo es comprensible desde el punto de vista del pensamiento popular, que siempre dice y hace para construir sentido colectivo.

Nos parece evidente el valor pedagógico de este sacrificio. Él solo es un verdadero ensayo sobre el amor y la entrega.

Similar belleza trágica y heroica transmiten también las 230 cruces que nos han recibido en las puertas de esta Universidad durante los días de sesión de este Primer Congreso Latinoamericano. Son las cruces que durante veinte años estuvieron junto a las tumbas de nuestros compañeros Caídos en Malvinas, en el Cementerio Argentino de Darwin. Regresaron al continente cuando sus familias consiguieron construir allá un Monumento en su memoria, una obra que les llevó casi diez años y que, entre otras cosas, incluyó la sustitución de las viejas cruces que habían puesto los ingleses al término de la guerra, por otras más robustas trabajadas en madera de lapacho.

Tuve la suerte de estar en el galpón de materiales donde los familiares de los Caídos se reunieron para elegir el mármol con el que iría a construirse ese Monumento. Los vi pasearse entre las placas de piedra. Las tocaban, las miraban, no se escuchaba a nadie decir cosas como “este mármol me gusta”, “este color es mejor”. Lo único que los familiares preguntaban sobre esas placas de piedra era “¿cuánto duran?”. El hombre que los atendía iba diciendo: “En el clima de las islas éste puede tener una duración de doscientos años, aquel podría alcanzar los trescientos años, ése seguramente resistiría unos cuatrocientos, quinientos años…”.

Los familiares querían que eso que iban a construir en Malvinas fuera tan fuerte y duradero como para estar seguros de que todavía estuviera ahí el día que las islas fueran recuperadas, no importa cuánto tiempo demandara esa lucha.

Usaron el mismo criterio para elegir el material para las cruces nuevas. Se dice que la madera del lapacho, un árbol originario de América, es capaz de mantenerse firme más de doscientos años, aún si está debajo del agua.

Estas son acciones de una transparencia tal que es imposible no “leerlas” como si se tratara de un manifiesto. Ocupan, sin duda, un capítulo del “libro de cabecera” de esta Causa.

Todo lo que hace el pueblo es para asegurar la continuidad de su presencia, para sostenerse en el tiempo. La construcción de continuidades es clave en la historia de los pueblos.

Por esta razón, los materiales con los que se hizo ese Monumento y el Monumento mismo han podido convertirse en uno de los textos más vigorosos de esa batalla popular por afirmar un sentido para esta historia. Ese Monumento energiza y orienta la topología malvinera que el pueblo ha levantado en el continente. Los familiares de los Caídos han conseguido clavar, en pleno territorio ocupado, un mojón de altísimo valor simbólico, tal vez el más potente de la postguerra.

Finalmente, unas pocas palabras más para las viejas cruces que aquí nos acompañan, que bien podrían ser prólogo y epílogo en ese “libro de cabecera” cuya compilación aún nos debemos los argentinos.

Muchas de las personas que han venido a este Congreso se han referido a las Cruces de los Caídos como si estuvieran vivas. Esas cruces oscilan con el viento, se tocan suavemente entre sí, balancean sus rosarios y sus flores y con esos movimientos producen un sonido particular que muchos han querido sentir como un mensaje.

Es posible que esto sea así, que ese mensaje esté escrito en las Cruces mismas, que nuestros Caídos hablen a través de ellas. A mí me gusta pensar, sin embargo, que ese mensaje está dentro de quien se detiene a mirarlas. Que esas Cruces nos dan la oportunidad para que aflore en nosotros aquello que el pueblo argentino ha venido escribiendo en nuestros cuerpos a lo largo de siglos. Si uno se entrega a la contemplación de esas Curces libre de juicios y prejuicios, acaba encontrándose con su edad histórica, con su cuerpo social y con su propia estatura en el presente.

Ya sea que ese mensaje esté dentro de nosotros o en las Cruces, el resultado es el mismo. ¿Qué otra cosa puede decir esa “escritura en Cruz” que no sea una plegaria por nosotros mismos, por nuestro destino común y por la hermandad y emancipación de los pueblos americanos? No hay ambigüedad en esto: una plegaria popular siempre es orientación para un proyecto

domingo, 26 de junio de 2011

Otra brillante movida de la compañera Presidenta Cristina, conductora del proyecto Nacional y Popular:



La mentada injerencia de la Presidenta de la Nación en la designación del compañero de fórmula del gobernador Daniel Scioli es, en realidad, una clara demostración de la voluntad política de profundizar el modelo en marcha y de elegir, con determinación, los responsables de llevarlo adelante.
En primer lugar y aunque parezca contradictorio, esta decisión refuerza y consolida el voto peronista en la provincia de Bs. As., ya que vastos sectores del movimiento, que no terminan de digerir al actual gobernador y algunas políticas que guardan poca sintonía (¿resabios de los ‘90?) con el gobierno Nacional y siembran cierta desconfianza de cara a la perspectiva de consolidación del Proyecto N&P.
Pero, además, debemos reconocer los méritos del ex–interventor del COMFER y actual presidente de la AFSCA, quién se puso al hombro la titánica tarea de hacer realidad la nueva ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Detrás del compañero Mariotto hay una rica historia de militancia en el peronismo provincial. Es un compañero que hace años viene batallando en la dura tarea de romper el discurso hegemónico mediático, ya sea desde una FM, entonces ilegal, pero plenamente legítima, verdaderas herramientas de los que no tenían voz en los ‘80/’90, dando visibilidad a los trabajadores y los movimientos sociales que eran sistemáticamente “borrados” por los grandes medios de información. Los que trataron de demonizarlo por aquello son los que, entre otras cosas, le regalaron a Daniel Hadad la frecuencia de la radio pública de la CABA. O los que en el reciente debate en 678 con Beatriz Sarlo ocultaron intencionalmente la profundidad del planteo del compañero Mariotto, que con estilo jauretchiano señaló: …la matriz ideológica de la tilingería argentina siempre identifica a lo extranjero como lo mejor en detrimento de lo que generamos los argentinos… Quedaba así en evidencia como ciertos “intelectuales” de la cultura dominante aún hoy mantienen el vetusto “libreto” de la autodenigración como elemento fundante de su discurso y pensamiento.
Este compañero, maldito para la prensa hegemónica, al que le ponen rótulos pretendiéndolo presentar como cuña en el seno del peronismo, por ejemplo, llamándolo ”kirchnerista puro”, no nació a la vida política ayer, tiene –pese a su juventud- una dilatada militancia que hunde raíces en la heroica lucha de la Resistencia, la experiencia de los ’70 y la pelea contra el neoliberalismo.
En la figura del compañero Gabriel Mariotto -llamado a ejercer una responsabilidad de conducción tan importante como la Vicegobernación de la Provincia de Buenos Aires- muchos compañeros vemos un reconocimiento al compromiso militante y a la lucha contra la genocida política social y cultural de los 80/90, de la que muchos participamos.
Los peronistas que reivindicamos lo mejor de nuestra historia, recuperamos con Néstor Kirchner y ahora Cristina, la esperanza de seguir construyendo la revolución nacional, popular y democrática para profundizar la Justicia Social.
Bienvenida esta designación.
Venceremos.

sábado, 12 de marzo de 2011

Carta abierta en respuesta a la Editorial de monseñor Dr. José Luis Kaufmann, publicado en el Diario El Día del domingo 6 de marzo de 2011.

A monseñor Kaufmann, a la feligresía católica, a la población toda:

Hace ya un tiempo que dejé de leer el Diario El Día debido a la inclinación e interpretación de las noticias allí publicadas. No obstante, cada tanto no puedo abstraerme de leer alguna editorial relacionada con temas de actualidad y caras a la sociedad argentina; algunas pensadas por el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, las que me alejan cada vez más de la Iglesia Católica –son sus representantes directos, como autoridad eclesiástica-, por la lejanía manifiesta de los postulados del cristianismo.
El pasado domingo, por sugerencia de un amigo, no pude evitar la curiosidad de leer la editorial de monseñor Dr. José Luis Kaufmann, en la que se dirige “A quién corresponda” y más adelante puntualiza “…a los posibles promotores de la oclocracia”.
Ante mi falta de suficiente conocimiento de semejante palabrita (o palabrota, según se mire), primero concurrí a la ayuda de una enciclopedia para conocer mejor este sistema político, encontrando que es la interpretación aristotélica del gobierno de las muchedumbres, y algunas disquisiciones filosóficas y políticas que no es el punto discutir ahora; aunque sí lo hace monseñor, aleccionándonos que se trata de “el gobierno impuro de las plebes”.
Y es precisamente éste el punto que llamó mi atención.
Por tratarse de un alto representante de los principios cristianos –que, precisamente surge y sostiene el principio de reconocimiento y defensa de los pobres, es decir del pueblo-, de los que afirma estar convencido. Pero llamando “plebe”, término despreciativo proveniente desde la lejana Roma imperial, en la que se denominaba a los que no eran “gente”, considerados seres inferiores.
Monseñor Kaufmann pasa a describir distintos ejemplos de oclocracias a través de la historia, marcando siempre el daño de las muchedumbres que toman el poder político por medio de la fuerza, y “los ciudadanos de mayores merecimientos son excluidos de los cargos públicos”; continúa definiendo: “la oclocracia es el gobierno impuro de la plebe, es decir el poder abusivo que los más indigentes desenvuelven con daño evidente de los más esclarecidos de la sociedad. Dicho de otro modo, la oclocracia es la corrupción de la democracia.”
Y continúa: “la oclocracia ha sido instaurada, en general, mediante un régimen demagógico en que se olvidaron todos los derechos, menos los de la clase opresora, que estaba dispuesta a todo tipo de represalias para los que pensaban distinto. En toda oclocracia hay prepotencia, injusticia, falsedad.”
¿No fueron gobiernos impuros también, aquellos muchos surgidos de golpes militares?, ¿no gobernaron con poder abusivo los sectores más esclarecidos de la sociedad en esos períodos?; y ¿no fueron esos, gobiernos demagógicos que se olvidaron todos los derechos, menos los de la clase opresora, que estaba dispuesta a todo tipo de represalias para los que pensaban distinto?; ¿no fueron prepotentes, injustos y falsos?
Más adelante expresa: “Y ahora, en la Argentina de las manifestaciones y de los piquetes, donde la corrupción es la moneda corriente. ¿No estamos en un sistema oclócrata? ¡No lo sé! Pero, me atrevo a preguntarlo a los posible oclócratas y a los que sufren la proscripción y la persecución.”
Ahora bien, mis dudas aparecen cuando no logro comprender el mensaje principal de la editorial. ¿Es que acaso monseñor interpreta que todo gobierno en el que participa el pueblo (o la plebe), es oclocracia?. Cuando se pregunta si ahora, en la Argentina de las manifestaciones y piquetes, interpreta las manifestaciones y piquetes realizados por la llamada Mesa de Enlace?; y cuando afirma que la corrupción es moneda corriente, lo hace mirando algún distrito en particular?.
Si es así o es otra la referencia, no está clarificada. Pero dice no saber si estamos ante un sistema oclócrata después de insinuarlo con firmeza y se lo pregunta a los que sufren la proscripción y la persecución; otra vez entra en terreno difuso: quienes son los proscriptos en un país donde un vicepresidente que fue electo por una plataforma política y actúa en contradicción a sus promesas electorales y en contra del partido que lo ungió en el cargo, ¡y continúa ejerciéndolo!. Y ¿quienes son los perseguidos, en un gobierno que no ha reprimido absolutamente a nadie a pesar de recibir todo tipo de ofensas, acusaciones y oprobios, junto a boicot e intentos de desestabilización?.
Es entonces que monseñor está haciendo una fortísima defensa de las autoridades legítima y constitucionalmente consagradas, ante la posible barbarie de las patronales rurales y políticos trasnochados sin coherencia ideológica ni propuestas políticas en consonancia?
Si por el contrario, lo que intenta es involucrar al presente gobierno dentro de su frase de cierre “Si hubo o hay oclócratas que quieren gobernar, a pesar de su manifiesta incapacidad, conviene que tengan presente que serán los destructores de una nación que quiere ser Patria grande. La democracia tiene que ser una realidad y se necesita el aporte concreto de los pacíficos, de los honestos, de los buenos.”, en ese caso sería evidente que monseñor no se enteró de los tremendos cambios sociales producidos y del crecimiento sostenido de la macro economía argentina (a pesar de la crisis internacional que está haciendo tambalear a importantes países no oclócratas), así como la integración geopolítica a la Patria Grande sur americana.
Es llamativa la no referencia al asalto del poder producido en nuestro país y otros de sur América a manos de dictaduras militares, sangrientas y despóticas en décadas pasadas, de las asonadas militares y los intentos de desestabilización recientes. Es verdad, no la integraron muchedumbres ignorantes, “los menos esclarecidos de la Nación”, fueron élites sociales, las oligarquías de cada país; pero estas usurpaciones del poder, sí contrariaron grandemente los verdaderos principios cristianos.
Siento necesario e imprescindible que las autoridades eclesiásticas definan claramente su posición y abandonen posturas ambiguas que inducen a interpretaciones que pueden no ser las buscadas.
En ese sentido, sería gratificante que la feligresía católica y la comunidad en su conjunto –la plebe y los sectores más esclarecidos-, supiéramos con claridad cuándo un sistema es perjudicial y para quienes lo es. Es fundamental conocer cuando –según el criterio de monseñor- un sistema, según beneficie a minorías o a mayorías, es aceptable o repudiable.
Por fin, discernir sobre los perjuicios o expectativas que puedan generar distintos sistemas como democracia, oclocracia, plutocracia o dictadura son de importancia altísima, en cuanto se determinen expresamente los momentos, lugares y actores que lo protagonicen; si no se es lo suficientemente claro, tenemos el derecho de sospechar que se esconder aviesas intenciones, distintas a las pronunciadas con fervor divino.
El Concilio Ecuménico Vaticano II, desarrollado a través de dos papados (Juan XXIII y Pablo VI) en la década del ‘60, produjo un “aggiornamento” de la Iglesia Católica, acercándola a los pueblos, especialmente a los más olvidados. Esto es reflejado en encíclicas como “Populorum Progressio”. Muchos acontecimientos sucedieron en estos casi 50 años. ¿Que pasó para que representantes del clero hayan olvidado aquellos preceptos?
Las notas en forma de editoriales publicadas en medios de gran tirada, tienen la intención unívoca de influir conceptos en los lectores. Cuando, como en el caso de referencia, quién lo hace no se reconoce como “político”, pero desarrolla temas inherentes a la cosa publica, no está distraído, sabe fehacientemente a donde apunta. Esto puesto en mi personal consideración, me justifica en una respuesta o interpretación de lo allí escrito.
Dardo González

domingo, 20 de febrero de 2011

El Avión, la prepotencia y el servilismo vernáculo




Unos meses antes de las elecciones de Febrero de 1946, el embajador de los EE.UU. en nuestro país, Spruille Braden, solicitó una entrevista con el Coronel Perón, quien al cabo de unos pocos minutos de escuchar las demandas y promesas del imperio, que pretendía imponerle condiciones, a cambio de colaborar para hacerlo presidente, Perón respondió: "Yo creo que los ciudadanos que venden su país a una potencia extranjera son unos hijos de puta, y nosotros no queremos pasar por hijos de puta.".
Por estos días se armó una gran polémica a raíz de la firme decisión del gobierno nacional de hacer respetar nuestras leyes y soberanía, impidiendo que una delegación de la Fuerza Aérea de los EE.UU. ingrese mas de un tercio de la carga de un avión, de contrabando (armas, drogas, interceptores de comunicación, etc). Al igual que hace 6 décadas atrás, la prensa canalla –encabezada por el monopolio Clarín, su socio, La Nación, y el canal de Miami y la embajada C5N, con el coro de políticos opositores cipayos y genufléxos, se pusieron inmediatamente a defender la teoría de los yanquees (con la sóla excepción de Ricardo Alfonsín, que puso algún tipo de reparo, ante la evidencia de los hechos).
Ahora bien, que la corporación mediática, ponga el grito en el cielo y se acople a los intereses del imperio, no es nada nuevo y sorprendente, lo grave es que quienes pretenden transformarse en una “alternativa de gobierno” al actual proyecto Nacional y Popular, ni siquiera se preocupen por disimular su grado de servilismo cipayo –al mejor estilo de la Malinche- para con los amos del norte, y de esta forma en su alocada carrera por quedar bien con la embajada, no reparan en ponerse claramente en contra de una medida de estricta justicia y soberanía nacional, que debería ser una política de Estado, como las que tanto pregonan.
Por último, y por si todavía no se han dado cuenta algunos vendepatrias genufléxos, a partir de mayo de 2003, y recogiendo una de las banderas (soberanía política) mas caras a la tradición que nos legara nuestro conductor el General Perón, otro gallo canta en nuestra patria, primero con Néstor Kirchner, (ALCArajo) y ahora con Cristina Fernandez, nuestro país (junto con varios hermanos de la Patria Grande), ha decidido dejar de ser el patio trasero del imperio, mal que les pese, a la prensa canalla de los grupos concentrados, y a la caterva de cadáveres políticos, que luchan denodadamente por volver al neoliberalismo de la década del 90.