sábado, 12 de marzo de 2011

Carta abierta en respuesta a la Editorial de monseñor Dr. José Luis Kaufmann, publicado en el Diario El Día del domingo 6 de marzo de 2011.

A monseñor Kaufmann, a la feligresía católica, a la población toda:

Hace ya un tiempo que dejé de leer el Diario El Día debido a la inclinación e interpretación de las noticias allí publicadas. No obstante, cada tanto no puedo abstraerme de leer alguna editorial relacionada con temas de actualidad y caras a la sociedad argentina; algunas pensadas por el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, las que me alejan cada vez más de la Iglesia Católica –son sus representantes directos, como autoridad eclesiástica-, por la lejanía manifiesta de los postulados del cristianismo.
El pasado domingo, por sugerencia de un amigo, no pude evitar la curiosidad de leer la editorial de monseñor Dr. José Luis Kaufmann, en la que se dirige “A quién corresponda” y más adelante puntualiza “…a los posibles promotores de la oclocracia”.
Ante mi falta de suficiente conocimiento de semejante palabrita (o palabrota, según se mire), primero concurrí a la ayuda de una enciclopedia para conocer mejor este sistema político, encontrando que es la interpretación aristotélica del gobierno de las muchedumbres, y algunas disquisiciones filosóficas y políticas que no es el punto discutir ahora; aunque sí lo hace monseñor, aleccionándonos que se trata de “el gobierno impuro de las plebes”.
Y es precisamente éste el punto que llamó mi atención.
Por tratarse de un alto representante de los principios cristianos –que, precisamente surge y sostiene el principio de reconocimiento y defensa de los pobres, es decir del pueblo-, de los que afirma estar convencido. Pero llamando “plebe”, término despreciativo proveniente desde la lejana Roma imperial, en la que se denominaba a los que no eran “gente”, considerados seres inferiores.
Monseñor Kaufmann pasa a describir distintos ejemplos de oclocracias a través de la historia, marcando siempre el daño de las muchedumbres que toman el poder político por medio de la fuerza, y “los ciudadanos de mayores merecimientos son excluidos de los cargos públicos”; continúa definiendo: “la oclocracia es el gobierno impuro de la plebe, es decir el poder abusivo que los más indigentes desenvuelven con daño evidente de los más esclarecidos de la sociedad. Dicho de otro modo, la oclocracia es la corrupción de la democracia.”
Y continúa: “la oclocracia ha sido instaurada, en general, mediante un régimen demagógico en que se olvidaron todos los derechos, menos los de la clase opresora, que estaba dispuesta a todo tipo de represalias para los que pensaban distinto. En toda oclocracia hay prepotencia, injusticia, falsedad.”
¿No fueron gobiernos impuros también, aquellos muchos surgidos de golpes militares?, ¿no gobernaron con poder abusivo los sectores más esclarecidos de la sociedad en esos períodos?; y ¿no fueron esos, gobiernos demagógicos que se olvidaron todos los derechos, menos los de la clase opresora, que estaba dispuesta a todo tipo de represalias para los que pensaban distinto?; ¿no fueron prepotentes, injustos y falsos?
Más adelante expresa: “Y ahora, en la Argentina de las manifestaciones y de los piquetes, donde la corrupción es la moneda corriente. ¿No estamos en un sistema oclócrata? ¡No lo sé! Pero, me atrevo a preguntarlo a los posible oclócratas y a los que sufren la proscripción y la persecución.”
Ahora bien, mis dudas aparecen cuando no logro comprender el mensaje principal de la editorial. ¿Es que acaso monseñor interpreta que todo gobierno en el que participa el pueblo (o la plebe), es oclocracia?. Cuando se pregunta si ahora, en la Argentina de las manifestaciones y piquetes, interpreta las manifestaciones y piquetes realizados por la llamada Mesa de Enlace?; y cuando afirma que la corrupción es moneda corriente, lo hace mirando algún distrito en particular?.
Si es así o es otra la referencia, no está clarificada. Pero dice no saber si estamos ante un sistema oclócrata después de insinuarlo con firmeza y se lo pregunta a los que sufren la proscripción y la persecución; otra vez entra en terreno difuso: quienes son los proscriptos en un país donde un vicepresidente que fue electo por una plataforma política y actúa en contradicción a sus promesas electorales y en contra del partido que lo ungió en el cargo, ¡y continúa ejerciéndolo!. Y ¿quienes son los perseguidos, en un gobierno que no ha reprimido absolutamente a nadie a pesar de recibir todo tipo de ofensas, acusaciones y oprobios, junto a boicot e intentos de desestabilización?.
Es entonces que monseñor está haciendo una fortísima defensa de las autoridades legítima y constitucionalmente consagradas, ante la posible barbarie de las patronales rurales y políticos trasnochados sin coherencia ideológica ni propuestas políticas en consonancia?
Si por el contrario, lo que intenta es involucrar al presente gobierno dentro de su frase de cierre “Si hubo o hay oclócratas que quieren gobernar, a pesar de su manifiesta incapacidad, conviene que tengan presente que serán los destructores de una nación que quiere ser Patria grande. La democracia tiene que ser una realidad y se necesita el aporte concreto de los pacíficos, de los honestos, de los buenos.”, en ese caso sería evidente que monseñor no se enteró de los tremendos cambios sociales producidos y del crecimiento sostenido de la macro economía argentina (a pesar de la crisis internacional que está haciendo tambalear a importantes países no oclócratas), así como la integración geopolítica a la Patria Grande sur americana.
Es llamativa la no referencia al asalto del poder producido en nuestro país y otros de sur América a manos de dictaduras militares, sangrientas y despóticas en décadas pasadas, de las asonadas militares y los intentos de desestabilización recientes. Es verdad, no la integraron muchedumbres ignorantes, “los menos esclarecidos de la Nación”, fueron élites sociales, las oligarquías de cada país; pero estas usurpaciones del poder, sí contrariaron grandemente los verdaderos principios cristianos.
Siento necesario e imprescindible que las autoridades eclesiásticas definan claramente su posición y abandonen posturas ambiguas que inducen a interpretaciones que pueden no ser las buscadas.
En ese sentido, sería gratificante que la feligresía católica y la comunidad en su conjunto –la plebe y los sectores más esclarecidos-, supiéramos con claridad cuándo un sistema es perjudicial y para quienes lo es. Es fundamental conocer cuando –según el criterio de monseñor- un sistema, según beneficie a minorías o a mayorías, es aceptable o repudiable.
Por fin, discernir sobre los perjuicios o expectativas que puedan generar distintos sistemas como democracia, oclocracia, plutocracia o dictadura son de importancia altísima, en cuanto se determinen expresamente los momentos, lugares y actores que lo protagonicen; si no se es lo suficientemente claro, tenemos el derecho de sospechar que se esconder aviesas intenciones, distintas a las pronunciadas con fervor divino.
El Concilio Ecuménico Vaticano II, desarrollado a través de dos papados (Juan XXIII y Pablo VI) en la década del ‘60, produjo un “aggiornamento” de la Iglesia Católica, acercándola a los pueblos, especialmente a los más olvidados. Esto es reflejado en encíclicas como “Populorum Progressio”. Muchos acontecimientos sucedieron en estos casi 50 años. ¿Que pasó para que representantes del clero hayan olvidado aquellos preceptos?
Las notas en forma de editoriales publicadas en medios de gran tirada, tienen la intención unívoca de influir conceptos en los lectores. Cuando, como en el caso de referencia, quién lo hace no se reconoce como “político”, pero desarrolla temas inherentes a la cosa publica, no está distraído, sabe fehacientemente a donde apunta. Esto puesto en mi personal consideración, me justifica en una respuesta o interpretación de lo allí escrito.
Dardo González

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